Un espacio para pensar, debatir y soñar
Veladas a lo Rugendas, espíritu insular y una gran nación
Te preguntarás, lector, de qué se trata esta iniciativa, y qué serán esos “devisaderos”. Los gauchos de ese mundo aparte de los Nevados del Famatina, también llamados camperos, en cuyo lenguaje encontrarás muchos términos que tal vez usaran Ramírez de Velasco o el andaluz San Francisco Solano, se suben a estos puntos estratégicos para escudriñar el paisaje y descubrir sus tropillas de vacas o de caballos, amenazadas y en lucha sempiterna con el “pájaro” (cóndor), el león y el “león de cabeza negra”, el cuatrero.
Como le cantaban otros campesinos montañeses a su Rey soñador muerto trágicamente, Luis II de Baviera:
“auf dem Berge, wohnt die Freiheit, auf dem Berge, ist es schön...”.
"En lo alto del cerro, vive la libertad, en lo alto del cerro, es bello...". Así, aunque más no sea con el deseo, intentaremos subir a algunas alturas para tratar de descubrir allá y acullá los movimientos humanos que, a lo largo del tiempo, vinieron a conformar esa bella nación que es la nuestra, la del bonito nombre platino y plateado de “Argentina”.
Nación que, como siempre lo creyeron nuestros abuelos, fue singularmente bendecida por la mano de Dios y amenizada y vivificada por sus santuarios marianos, en la forma de grandes centros de peregrinación o de escondidas capillas, o de modestísimos oratorios, a veces consistentes en una antigua lámina de la Virgen oscurecida por el humo del candil, como encontró el P. Salvaire a guisa de única luz perdida en la inmensidad de las Salinas Grandes, que mantenía con ánimo para vivir a dos pobres desertores abandonados a la buena de Dios.
Fe e inmensidad son dos características de esta querida Patria. Que deberán estar presentes en nuestro acontecer, o si no “no seremos nada...”.
Es lo que nos transmite nuestra tradición. Y Pío XII, en una expresión muy feliz, advirtió que “el progreso sin la tradición se transforma en barbarie organizada”. Hoy el endiosamiento de la ciencia y la tecnología, la herencia del positivismo, el denso materialismo y el relativismo posmodernista –para citar algunos...-, han ido apagando en el espíritu de muchos el candil del encanto por nuestra Patria y la esencia de sus raíces. Y éste es uno de los motivos principales de tratar de hilvanar estas líneas. Que juntos busquemos un poco de Patria sin perder la capacidad de admirar y sin creer que la Historia se agota en el documento y la estadística, o que es más científica cuando la escriben autores que parecen contagiados de “la mano del muerto”. O peor, porque hacen de ella un cadáver frío y rígido, que perdió su soplo vital.
Digo que busquemos “un poco”, porque nuestra Patria es grande y su historia es extensa: sería locura tratar de “embretarla” en estas rápidas notas. Pero desde el “devisadero” podemos elegir tal o cual punto, para recorrerlo hoy o mañana. Para reconocerlo y explorarlo, mientras en las brasas crepita el asado, que prepararemos con raicitas de jarilla o ramas secas de “árbol”, nombre tradicional con que el habla regional designa el algarrobo. Para, en una versión criolla del banquete de Platón o de las Veladas de Joseph de Maistre, más parecida a las escenas de Rugendas, con sus paisanos filosofando alrededor del fogón, intercambiar ideas, estimulando el espíritu con el precioso contenido de la caramañola.
Lo observamos. Nuestro país ocupa una superficie importante del cono sur. Según los estudiosos, existe una Argentina seca, que ocupa dos terceras partes de su superficie, y otra húmeda en el tercio restante. Su geografía continental permite distinguir varias regiones principales: en el Noroeste, la puna y su borde oriental; las tierras bajas del Nordeste y el litoral mesopotámico; Cuyo y las sierras centrales; la región pampeana; la Patagonia y el extremo austral. Más allá, el Mar Argentino y la Argentina insular.
Hoy en día, su aspecto es –obviamente- muy distinto de “aquel paisaje original, silvestre y prácticamente deshabitado” de los tiempos pre-hispánicos (Maeder, “Nueva Historia de la Nación Argentina”).
“La Argentina –dijo Cárcano muchas décadas atrás- es tan extensa como diez naciones europeas, habitable en toda su magnitud, con cómodo acceso por el mar y sus caudalosos ríos, con fáciles comunicaciones internas e importantes riquezas naturales, susceptibles de una explotación intensiva; es un conjunto de elementos suficientes para construir una gran nación”.
Entre los elementos de nuestra geografía, pondera el océano y los ríos navegables que penetran en el corazón de su tierra (aunque muchos miembros queden lejos de ese “corazón”); y la ubicación al Sur de Sudamérica la considera un sitio privilegiado, alejado de regiones de tensión política.
Hoy en día algunas de sus apreciaciones han quedado superadas por el tiempo. Pero históricamente, parece válida su afirmación de que esta posición geográfica contribuyó a evitarle conflictos y a mantenerla unida dentro de sus fronteras.
“Ha creado un espíritu que podría calificarse de insular, que acelera el proceso de su individualidad política y social con caracteres propios que la diferencian de las naciones sudamericanas”.
Me pareció interesante esta definición de “espíritu insular”. También es cierto que hay diferencias notables entre el argentino y otros tipos americanos. El factor geográfico tuvo su importancia innegable, como base de un proceso cultural infinitamente más definitorio.
Hoy hemos recorrido varias leguas. Ya es hora de desensillar y tomar unos mates. Tal vez otro día nos convenga buscar algún “devisadero” para intentar ver algo muy oscuro y enigmático: el poblamiento remoto de lo que un día vino a ser la Argentina. Hasta pronto, amigo!
Luis María Mesquita Errea
Publicado originalmente en "Boletín Histórico-Etimológico" Nº 49 (2ª quincena abril 2005)
de la Asociación Cultural Abarcus, Rosario - Argentina
Veladas a lo Rugendas, espíritu insular y una gran nación
Te preguntarás, lector, de qué se trata esta iniciativa, y qué serán esos “devisaderos”. Los gauchos de ese mundo aparte de los Nevados del Famatina, también llamados camperos, en cuyo lenguaje encontrarás muchos términos que tal vez usaran Ramírez de Velasco o el andaluz San Francisco Solano, se suben a estos puntos estratégicos para escudriñar el paisaje y descubrir sus tropillas de vacas o de caballos, amenazadas y en lucha sempiterna con el “pájaro” (cóndor), el león y el “león de cabeza negra”, el cuatrero.
Como le cantaban otros campesinos montañeses a su Rey soñador muerto trágicamente, Luis II de Baviera:
“auf dem Berge, wohnt die Freiheit, auf dem Berge, ist es schön...”.
"En lo alto del cerro, vive la libertad, en lo alto del cerro, es bello...". Así, aunque más no sea con el deseo, intentaremos subir a algunas alturas para tratar de descubrir allá y acullá los movimientos humanos que, a lo largo del tiempo, vinieron a conformar esa bella nación que es la nuestra, la del bonito nombre platino y plateado de “Argentina”.
Nación que, como siempre lo creyeron nuestros abuelos, fue singularmente bendecida por la mano de Dios y amenizada y vivificada por sus santuarios marianos, en la forma de grandes centros de peregrinación o de escondidas capillas, o de modestísimos oratorios, a veces consistentes en una antigua lámina de la Virgen oscurecida por el humo del candil, como encontró el P. Salvaire a guisa de única luz perdida en la inmensidad de las Salinas Grandes, que mantenía con ánimo para vivir a dos pobres desertores abandonados a la buena de Dios.
Fe e inmensidad son dos características de esta querida Patria. Que deberán estar presentes en nuestro acontecer, o si no “no seremos nada...”.
Es lo que nos transmite nuestra tradición. Y Pío XII, en una expresión muy feliz, advirtió que “el progreso sin la tradición se transforma en barbarie organizada”. Hoy el endiosamiento de la ciencia y la tecnología, la herencia del positivismo, el denso materialismo y el relativismo posmodernista –para citar algunos...-, han ido apagando en el espíritu de muchos el candil del encanto por nuestra Patria y la esencia de sus raíces. Y éste es uno de los motivos principales de tratar de hilvanar estas líneas. Que juntos busquemos un poco de Patria sin perder la capacidad de admirar y sin creer que la Historia se agota en el documento y la estadística, o que es más científica cuando la escriben autores que parecen contagiados de “la mano del muerto”. O peor, porque hacen de ella un cadáver frío y rígido, que perdió su soplo vital.
Digo que busquemos “un poco”, porque nuestra Patria es grande y su historia es extensa: sería locura tratar de “embretarla” en estas rápidas notas. Pero desde el “devisadero” podemos elegir tal o cual punto, para recorrerlo hoy o mañana. Para reconocerlo y explorarlo, mientras en las brasas crepita el asado, que prepararemos con raicitas de jarilla o ramas secas de “árbol”, nombre tradicional con que el habla regional designa el algarrobo. Para, en una versión criolla del banquete de Platón o de las Veladas de Joseph de Maistre, más parecida a las escenas de Rugendas, con sus paisanos filosofando alrededor del fogón, intercambiar ideas, estimulando el espíritu con el precioso contenido de la caramañola.
Lo observamos. Nuestro país ocupa una superficie importante del cono sur. Según los estudiosos, existe una Argentina seca, que ocupa dos terceras partes de su superficie, y otra húmeda en el tercio restante. Su geografía continental permite distinguir varias regiones principales: en el Noroeste, la puna y su borde oriental; las tierras bajas del Nordeste y el litoral mesopotámico; Cuyo y las sierras centrales; la región pampeana; la Patagonia y el extremo austral. Más allá, el Mar Argentino y la Argentina insular.
Hoy en día, su aspecto es –obviamente- muy distinto de “aquel paisaje original, silvestre y prácticamente deshabitado” de los tiempos pre-hispánicos (Maeder, “Nueva Historia de la Nación Argentina”).
“La Argentina –dijo Cárcano muchas décadas atrás- es tan extensa como diez naciones europeas, habitable en toda su magnitud, con cómodo acceso por el mar y sus caudalosos ríos, con fáciles comunicaciones internas e importantes riquezas naturales, susceptibles de una explotación intensiva; es un conjunto de elementos suficientes para construir una gran nación”.
Entre los elementos de nuestra geografía, pondera el océano y los ríos navegables que penetran en el corazón de su tierra (aunque muchos miembros queden lejos de ese “corazón”); y la ubicación al Sur de Sudamérica la considera un sitio privilegiado, alejado de regiones de tensión política.
Hoy en día algunas de sus apreciaciones han quedado superadas por el tiempo. Pero históricamente, parece válida su afirmación de que esta posición geográfica contribuyó a evitarle conflictos y a mantenerla unida dentro de sus fronteras.
“Ha creado un espíritu que podría calificarse de insular, que acelera el proceso de su individualidad política y social con caracteres propios que la diferencian de las naciones sudamericanas”.
Me pareció interesante esta definición de “espíritu insular”. También es cierto que hay diferencias notables entre el argentino y otros tipos americanos. El factor geográfico tuvo su importancia innegable, como base de un proceso cultural infinitamente más definitorio.
Hoy hemos recorrido varias leguas. Ya es hora de desensillar y tomar unos mates. Tal vez otro día nos convenga buscar algún “devisadero” para intentar ver algo muy oscuro y enigmático: el poblamiento remoto de lo que un día vino a ser la Argentina. Hasta pronto, amigo!
Luis María Mesquita Errea
Publicado originalmente en "Boletín Histórico-Etimológico" Nº 49 (2ª quincena abril 2005)
de la Asociación Cultural Abarcus, Rosario - Argentina
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