Don Pedro Ortiz de Zárate y el P. Solinas, los mártires de Santa María de Jujuy o del Zenta
Publicado en el Suplemento Familia y Vida del diario
"El Independiente", de La Rioja - Domingo 13 de noviembre de 2011
Luis María Mesquita Errea
“El jujeño padre Ortiz de Zárate constituye por su santidad y heroísmo una de las figuras sobresalientes del Tucumán de entonces. Con él empareja en virtud y celo su compañero de misión y martirio, el padre Solinas…” (Cayetano Bruno).
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El Tucumán es la primera gobernación argentina, a la que pertenecía Todos-Santos de la Nueva Rioja, cuyo fundador fue uno de sus más destacados gobernadores.
Nació Ortiz de Zárate en Jujuy en 1623, siendo nieto del fundador de la ciudad precursora de San Salvador, la desaparecida San Francisco de Alava. Fue casado y tuvo dos hijos. Al enviudar, luego de tres años de estudio, se ordenó de sacerdote, comenzando su acción pastoral en el curato de Humahuaca, Cochinoca y Casabindo, pasando luego a Jujuy, sirviendo veintitrés años.
Allí lo encontró el Obispo Ulloa, describiéndolo como “…sacerdote venerable y anciano, gran cura, celosísimo de la honra de Dios, gran queredor de los indios y favorecedor de ellos”.
Con sus rentas sostenía a clérigos pobres y traía músicos del Perú para elevar la cultura de su pueblo. Causaba admiración su vida austera luego de una juventud “entre blanduras y regalos”. Asistía “con paternal cariño a los enfermos, especialmente a los pobres indios, como más desamparados”.
Del Padre Solinas refiere el Padre M a c h o n i que había nacido en Cerdeña, en 1643, encontrándose en 1663 como novicio de la Compañía de Jesús. “No blandeó consigo mismo en sus años de formación”, durmiendo en cama dura, acostumbrándose a disciplinas y ayunos. Ordenado sacerdote en 1673, pasó ocho años misionando en el Paraná y el Uruguay.
En el Gran Chaco –región que en parte caía bajo la jurisdicción del Tucumán- muchos indígenas habitaban las riberas del Colorado o Bermejo, por la abundancia de pescado. Gran parte de las tribus (chiriguanos, tobas, mocobíes, vilelas, abipones y otros) “se sustentan de carne humana”, escribía en su carta anua el jesuita Tomás Dombidas.
Eran refractarios a la evangelización y asolaban las ciudades y pueblos. Considerando el Rey que era conveniente darles un escarmiento para resguardar las poblaciones y ciudades de cristianos, algunos quisieron probar si con la suavidad del Evangelio se podía lograr su salvación: éstos fueron los Padres Ortiz de Zárate y Solinas.
El primero se había ofrecido a costear a seis misioneros jesuitas para intentar la evangelización de los bravos chiriguanos, que por entonces eran amigos de los españoles y pedían maestros evangelizadores.
Pidió escolta para seguridad de la expedición al Presidente de la Audiencia de Charcas, y luego al Gobernador del Tucumán, Mendoza Mate de Luna, ante la vecindad de tobas y mocobíes, considerados entonces “gente bárbara, voracísima de carne humana”. Trazó un buen plan de acción para entrar por el valle de Zenta y comunicarse con los chiriguanos de Tarija, con la expectativa de que ayudarían a evangelizar a los chaqueños.
Con sostenido y amplio apoyo de las autoridades y de los cabildos de Salta y Jujuy, que establecieron campamento en las fronteras del Gran Chaco para auxiliarlos, partió la expedición misionera. Antes de partir, conociendo los peligros que lo esperaban, el Lic. Ortiz de Zárate ofreció toda su hacienda y su persona “hasta morir” por la enseñanza de los aborígenes. Llegaron al Valle de Zenta ocupando el ruinoso fuerte de Ledesma, con la intención de ampararse y poder trabajar.
A algunas leguas se fundó el fuerte de San Rafael como refugio y centro evangelizador. Comenzaron la evangelización de los indios ojotas, taños y tobas. Más de cuatrocientas familias acudieron en pocos meses amistosamente, y otras les prometían reducirse pronto.
En Salta, el sargento Mayor Arias Velásquez se aprestaba a llevar junto con el Padre Diego Ruiz, misionero, los socorros provistos por los vecinos en cabildo abierto –una gran institución de aquellos tiempos que fue abolida por el centralismo rivadaviano.
Pero ya antes de llegar al Chaco “se conocía en el Tucumán la catástrofe de Santa María de Jujuy”…
Ambos padres, Ortiz de Zárate y Solinas, y veintitrés personas, en su mayoría indígenas, habían salido al encuentro de la expedición salteña. Habían fijado sus tiendas en la capilla de Santa María Reina de los Angeles, recientemente construida por ellos. Habiéndose alejado de la misma unas jornadas, al volver encontraron a quinientos indios armados (mocobíes y tobas). Les dijeron que “venían a dar la paz”. Los padres mostraron creerles y los agasajaron con comida, ropa y otros regalos, agradeciendo con afecto las muestras de amistad fingidas de los naturales, que se habían alojado en cerco, rodeando la capilla por todas partes.
Estando el Padre Ortiz de Zárate repartiéndoles ovejas, vacas y otras cosas aptas para atraerlos, momentos antes de comer, cayó un grupo de indígenas sobre ambos sacerdotes dándoles muchos golpes con sus macanas (garrotes) y atravesándolos con lanzas, matando luego a dieciocho cristianos, “quitándoles las cabezas y llevándoselas para sus borracheras”.
Rescatados sus huesos fueron enterrados dignamente; en la Iglesia parroquial de Jujuy, los del Padre Ortiz de Zárate, y en la de la Compañía de Jesús, en Salta, los del Padre Solinas. Se encuentra aún pendiente su “beatificación e inclusión en el martirologio romano”, pedidas tiempo después de su martirio por la población.
El Tucumán es la primera gobernación argentina, a la que pertenecía Todos-Santos de la Nueva Rioja, cuyo fundador fue uno de sus más destacados gobernadores.
Nació Ortiz de Zárate en Jujuy en 1623, siendo nieto del fundador de la ciudad precursora de San Salvador, la desaparecida San Francisco de Alava. Fue casado y tuvo dos hijos. Al enviudar, luego de tres años de estudio, se ordenó de sacerdote, comenzando su acción pastoral en el curato de Humahuaca, Cochinoca y Casabindo, pasando luego a Jujuy, sirviendo veintitrés años.
Allí lo encontró el Obispo Ulloa, describiéndolo como “…sacerdote venerable y anciano, gran cura, celosísimo de la honra de Dios, gran queredor de los indios y favorecedor de ellos”.
Con sus rentas sostenía a clérigos pobres y traía músicos del Perú para elevar la cultura de su pueblo. Causaba admiración su vida austera luego de una juventud “entre blanduras y regalos”. Asistía “con paternal cariño a los enfermos, especialmente a los pobres indios, como más desamparados”.
Del Padre Solinas refiere el Padre M a c h o n i que había nacido en Cerdeña, en 1643, encontrándose en 1663 como novicio de la Compañía de Jesús. “No blandeó consigo mismo en sus años de formación”, durmiendo en cama dura, acostumbrándose a disciplinas y ayunos. Ordenado sacerdote en 1673, pasó ocho años misionando en el Paraná y el Uruguay.
En el Gran Chaco –región que en parte caía bajo la jurisdicción del Tucumán- muchos indígenas habitaban las riberas del Colorado o Bermejo, por la abundancia de pescado. Gran parte de las tribus (chiriguanos, tobas, mocobíes, vilelas, abipones y otros) “se sustentan de carne humana”, escribía en su carta anua el jesuita Tomás Dombidas.
Eran refractarios a la evangelización y asolaban las ciudades y pueblos. Considerando el Rey que era conveniente darles un escarmiento para resguardar las poblaciones y ciudades de cristianos, algunos quisieron probar si con la suavidad del Evangelio se podía lograr su salvación: éstos fueron los Padres Ortiz de Zárate y Solinas.
El primero se había ofrecido a costear a seis misioneros jesuitas para intentar la evangelización de los bravos chiriguanos, que por entonces eran amigos de los españoles y pedían maestros evangelizadores.
Pidió escolta para seguridad de la expedición al Presidente de la Audiencia de Charcas, y luego al Gobernador del Tucumán, Mendoza Mate de Luna, ante la vecindad de tobas y mocobíes, considerados entonces “gente bárbara, voracísima de carne humana”. Trazó un buen plan de acción para entrar por el valle de Zenta y comunicarse con los chiriguanos de Tarija, con la expectativa de que ayudarían a evangelizar a los chaqueños.
Con sostenido y amplio apoyo de las autoridades y de los cabildos de Salta y Jujuy, que establecieron campamento en las fronteras del Gran Chaco para auxiliarlos, partió la expedición misionera. Antes de partir, conociendo los peligros que lo esperaban, el Lic. Ortiz de Zárate ofreció toda su hacienda y su persona “hasta morir” por la enseñanza de los aborígenes. Llegaron al Valle de Zenta ocupando el ruinoso fuerte de Ledesma, con la intención de ampararse y poder trabajar.
A algunas leguas se fundó el fuerte de San Rafael como refugio y centro evangelizador. Comenzaron la evangelización de los indios ojotas, taños y tobas. Más de cuatrocientas familias acudieron en pocos meses amistosamente, y otras les prometían reducirse pronto.
En Salta, el sargento Mayor Arias Velásquez se aprestaba a llevar junto con el Padre Diego Ruiz, misionero, los socorros provistos por los vecinos en cabildo abierto –una gran institución de aquellos tiempos que fue abolida por el centralismo rivadaviano.
Pero ya antes de llegar al Chaco “se conocía en el Tucumán la catástrofe de Santa María de Jujuy”…
Ambos padres, Ortiz de Zárate y Solinas, y veintitrés personas, en su mayoría indígenas, habían salido al encuentro de la expedición salteña. Habían fijado sus tiendas en la capilla de Santa María Reina de los Angeles, recientemente construida por ellos. Habiéndose alejado de la misma unas jornadas, al volver encontraron a quinientos indios armados (mocobíes y tobas). Les dijeron que “venían a dar la paz”. Los padres mostraron creerles y los agasajaron con comida, ropa y otros regalos, agradeciendo con afecto las muestras de amistad fingidas de los naturales, que se habían alojado en cerco, rodeando la capilla por todas partes.
Estando el Padre Ortiz de Zárate repartiéndoles ovejas, vacas y otras cosas aptas para atraerlos, momentos antes de comer, cayó un grupo de indígenas sobre ambos sacerdotes dándoles muchos golpes con sus macanas (garrotes) y atravesándolos con lanzas, matando luego a dieciocho cristianos, “quitándoles las cabezas y llevándoselas para sus borracheras”.
Rescatados sus huesos fueron enterrados dignamente; en la Iglesia parroquial de Jujuy, los del Padre Ortiz de Zárate, y en la de la Compañía de Jesús, en Salta, los del Padre Solinas. Se encuentra aún pendiente su “beatificación e inclusión en el martirologio romano”, pedidas tiempo después de su martirio por la población.
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