La manta patria de Don Ramón, un testimonio, una reliquia - En homenaje al Bicentenario
LA MANTA PATRIA DE DON RAMON,
UN TESTIMONIO, UNA RELIQUIA
(En homenaje al Bicentenario)
Por Elena Brizuela y Doria de Mesquita Errea
Cuando el Capitán Juan Núñez de Prado, acompañado por sesenta españoles e indios amigos, fundó la primera ciudad en territorio argentino, el 29 de junio de 1550, lo hizo con visión de futuro. Las instrucciones que traía eran poblar sobre una línea de unión con Chile, Perú y el Río de La Plata. Cumpliendo con los requisitos fijados, establecieron el Cabildo con sus alcaldes y regidores, la primera capilla y convento para los dos sacerdotes que acompañaban, el árbol de justicia, viviendas, corrales para los animales de cría y reparto de tierras para labranzas.
Fueron sufridos como pocos: traslados, pobreza, ataques, persecuciones y aislamiento de otros centros españoles por enormes distancias y falta de recursos. Se llamó Barco y, luego de su traslado definitivo, Santiago del Estero.
Estas circunstancias hicieron que nuestra primera ciudad se formara con gran autonomía impulsada por los vecinos principales, aquellos cuyos intereses eran los de la comunidad toda, al decir de Levillier en su “Crónica de la Conquista del Tucumán”. Y allí encontramos un elemento esencial del ser de nuestro pueblo indo-hispánico: el protagonismo de los vecinos y sus estirpes familiares, y el sentido de autonomía. Esto fue marcante también en todas las ciudades históricas, que nacían e iban dándole forma a la Argentina temprana.
Y continuó así por doscientos sesenta años…, hasta que llegó Mayo de 1810.
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Desde muy niña oí hablar a los mayores de la familia, de la “manta patria de don Ramón”. Mi curiosidad estimulaba mi imaginación, y quería saber, y verla!
Cuando fui a La Rioja para terminar la primaria, me hospedaba en la casa de mi tío padrino. Su esposa, muy prolija, guardaba en un baúl cosas que había que conservar; un día lo abrió. Desdobló una tela de lienzo que envolvía una reliquia familiar; cuando la ví enseguida pensé: ¡ésa es la manta patria! Pregunté a mi padrino, y me explicó: “Los viejos de antes eran patriotas a morir, esta manta es un testimonio; mi padre me encargó que la guarde”.
Pasaron cincuenta años. Su esposa me entregó “la manta patria”. Creo que pocas veces agradecí tanto un regalo. Sabiendo que es un bien familiar, histórico, la guardo con amor; investigo y conjeturo sobre aquél que la mandó hacer y los motivos que tendría.
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Don Ramón de Brizuela y Doria, hermano de Miguel y de Nicolás Dávila, se contaba entre los once hijos de don Francisco Javier de Brizuela y Doria. Los cuatro fueron hombres destacados que adhirieron, apoyaron y contribuyeron sin límites a la causa de la Independencia.
Don Ramón heredó de don Francisco Javier el Vínculo del Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta. Le sucedió también en el gobierno de la provincia en 1815. El 26 de mayo declaró la autonomía de La Rioja (primera y heroica autonomía, que contó con gran apoyo del vecindario reunido en Cabildo abierto y allanó el camino para la segunda, como lo expongo en otro trabajo). Consideró que lo mejor era desprenderse de Córdoba, manejada entonces por artiguistas liberales, y designó al ilustre Presbítero Castro Barros –figura señera de nuestra historia- para representar su provincia ante el Congreso de Tucumán.
Sus envíos de hombres, mulas, harina, pólvora, dinero, y otros vitales aportes para fortalecer los ejércitos del Norte y de Cuyo, y su apoyo a la expedición auxiliadora a Copiapó, comandada por su hermano en calidad de 2º Jefe, fueron permanentes. Los hizo como hombre de gobierno, como civil y como patriota. El Gral. San Martín le escribió una expresiva carta de agradecimiento, otro testimonio que guardamos con orgullo sus descendientes.
Don Ramón murió en 1841, convencido de sus ideas autonomistas y cristianas, que guiaron su trayectoria pública y su vida privada. Lo fusilaron las tropas del (ex) “fraile” Aldao, que respondía directamente a Rosas, centralista por excelencia con rótulo de “federal”, pocos días después del asesinato del Gobernador, el “Zarco” Brizuela, de quien era ministro.
Descansa en la Iglesia de San Sebastián de Sañogasta, su terruño.
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¿Cómo es la manta patria?
De finísima lana de panza de vicuña, blanca, bordeada por una angosta lista azul-celeste en ambos paños y dos listones anchos de igual color a los costados, sus flecos son finos y cortos.
Posiblemente la mandara tejer en Vinchina, dado su estilo apretado e impermeable, característico de ese pago. Está algo amarillenta por los años, con marcadas señas de uso, especialmente en los extremos de la abertura para la cabeza, y algunas lastimaduras que fueron cuidadosamente zurcidas por manos hábiles y delicadas. Sus colores recuerdan los de la primera bandera de Belgrano, la que se conserva en el museo de la Casa de la Libertad en Sucre (ver estudios de Eduardo Pérez Torres en “Bandera de Macha – La Bandera de Belgrano”, Salta, 2010); los límpidos y puros del manto de la Virgen María, y el cielo impecable de Sañogasta.
La manta patria de don Ramón es un testimonio del espíritu de autonomía reinante en esta soñada “Tierra de Plata” (ver “El nombre de la Argentina”, de Angel Rosenblat, Ed. Eudeba), heredado de nuestros primeros Padres de la Patria, aquellos que, abriendo cabildos, levantando capillas, haciendo producir la tierra y erigiendo ciudades en los primeros siglos de nuestra historia, edificaron la Argentina fundacional. Cuando el fruto está maduro se desprende de la planta madre. Eso pasó en nuestra Argentina, y los hombres de entonces encontraron el momento histórico propicio a partir de mayo de 1810.
Esta manta es también una reliquia, para recordar que la libertad genuina es un don que debemos agradecer a Dios y a los esforzados héroes que se sacrificaron por la Patria, legado que debemos defender contra sus enemigos internos o externos.
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