De San Sebastián a Londres (1ª parte)
El Congreso de Historia de la Orden Dominicana
Queridos amigos:
Es una alegría conectarse nuevamente con ustedes. Inicio aquí un relato sobre el viaje que emprendimos con motivo del Congreso de Historia de la Orden Dominicana que se llevó a cabo en Tucumán, y para reunirnos luego con nuestros amigos salteños con miras a la organización de las Primeras Jornadas de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana a realizarse en octubre.
El jueves 18 visitamos unos muy apreciados amigos en Monteros y pudimos venerar la Virgen Patrona de esta antigua ciudad (de más de 250 años), que cambió el color del rostro y exudó de él un líquido que "llegó hasta la caja de las limosnas" en el siglo XVIII.
El viernes 19 y sábado 20 estuvimos en el Congreso de Historia de la Orden Dominicana, en la Universidad Santo Tomás de Aquino, de Tucumán.
Para quienes no la conocen, está en el centro de Tucumán, junto a la Iglesia de Santo Domingo, bella Iglesia en que se venera a la Virgen del Rosario, “la milagrosa”, que tiene una historia con todo un perfume de civilización cristiana, de una india que necesitaba ayuda y Nuestra Señora se le apareció. Si alguien la conoce bien, le agradecería que la cuente pues es de los hechos que podemos llamar fundacionales de nuestra nación, que perduran por generaciones, de los que no hablan los manuales ni la “historia oficial”, para los que nuestra historia comienza en mayo de 1810.
La universidad funciona, entiendo, en el claustro colonial de lo que fue el antiguo convento. Las Jornadas contaron con la destacada participación de nuestra amiga y contertulia, la Lic. Sara Amenta. El nivel fue excelente en todo sentido, y la generosidad para con los participantes, sobreabundante: hemos recibido el libro con todas las ponencias, separatas con nuestros trabajos, cd y otros materiales, en unas bolsitas de muy buen gusto, con el escudo de la universidad. Muchísimas gracias, Sara, por todo este esfuerzo y felicitaciones por el gran éxito alcanzado!
Sería espléndido que Sara nos hiciera un comentario más completo y ordenado de la Jornada, como me han pedido algunos amigos en correo privado.
La conferencia final trató de la mística medieval; estuvo a cargo de un fraile y teólogo, y tuvo el gran mérito de coronar las realidades históricas, artísticas, educativas, biográficas, etc., vistas en el Congreso, con otras más elevadas.
Entre los participantes, que hicieron aportes que enriquecieron las disertaciones, estuvo el P. Alberto Saguier Fonrouge y otros dominicos, que estaban de hábito, a diferencia de unas monjas, que tuvieron participación destacada y disertaron, que visten ropas seglares.
Una de las ponencias trató de la obra pictórica de fray Butler y luego hubo una exposición de sus pinturas que fue muy concurrida, organizada por Ignacio G. Zaldívar y su galería Zurbarán, que ha difundido muchas excelencias. El arte de fray Butler tiene varias etapas; transmite cierto sentido de absoluto que me recuerda las obras del (prusiano?) Caspar David Friedrich. Tiene una paleta sobria y sugestiva. Muchas de sus obras son naïf –estilo que, personalmente, no me atrae mucho; otras recuerdan a van Gogh. Sus primeros cuadros transmiten algo de la pintura hispanoamericana virreinal. Lo que más me impactó fue un dibujo, creo que era el único, un autorretrato, de gran fuerza expresiva, ejecutado con mano magistral.
Las reuniones fueron matizadas por alegres comidas en común en el bar de la universidad, donde sirven unas empanadas jugosas, con mucha cebolla de verdeo: la pena es que, siendo bar universitario, no se les puede acompañar con un buen tinto como lo merecían. Otro lugar que visitamos se llama 1812 y evoca en el menú y los manteles impresos la protección de la Virgen Generala en la batalla de Tucumán y otros hechos épicos. Me pareciò un síntoma de que algo en las profundidades del alma argentina se vuelve hacia la tradición y la historia.
El domingo 21 hicimos un paseo espléndido con todo el grupo. Primero fuimos a Lules, a una antigua reducción jesuítica confiada a los dominicos en el siglo XIX. Allí se encuentra un busto del Pe. Boisdron, dominico francés de vasta actuación, muy admirado por las Hermanas.
El ambiente invitaba a soñar, con el fondo azulado de las sierras, la altura y variedad armónica de los árboles frondosos, el verdor de los campos, el enigma de los montes, y las arcadas de las ruinas cubiertas de musgo. Transmitía calma y bienestar. Una de las historiadoras presentes explicó el sistema de las estancias jesuíticas, relacionándolo con el sistema solar. Una de las más importantes que mencionó era la pequeña pero muy productiva de Vipos.
En Lules visitamos una capilla con una historia bastante trágica de un sacerdote que la fundó, hijo de un vice-gobernador, quienes fueron, al parecer, perseguidos por un antiguo protegido, el "Cura Campo" (de apellido del Campo). Historias de sangre y persecuciones, características del siglo XIX, hasta la “pax romana” de los fusiles que exterminaron la Confederación argentina de Cepeda en adelante.
También estuvimos en la quebrada de Lules, con su río de aguas claras que invitaba a sumergirse, con el calorcito tropical de Tucumán. Luego de un almuerzo generosamente servido por vecinos y políticos locales, subimos por una cuesta al cerro San Javier. La vista era bella, pasamos por Raco, donde está el monasterio benedictino en que los viajeros nos aprovisionamos de un pan casero de gran tamaño, empanadillas y otras exquisiteces. Pudimos ver el magnífico Cristo que nos recomendó Justino, dando la bendición sobre el valle; a sus pies está enterrado el escultor Juan C. Iramain.
Contamos con la alegre compañía y valiosas explicaciones del Dr. Rubén Fernández, geólogo, marido de Sara, que conoce cerros y valles como la palma de la mano.
Para terminar, les comento que, cuando fuimos a cumplir con la obligación de rezar por todos los amigos de la lista ante “el Cristo” –que llamamos “de los bosques de Tucumán”-, vimos una escena edificante. Estaban por cerrar la reja del atrio de la Catedral. La custodia, una joven agente de Policía robusta y agraciada, a pesar del traje, se despedía del Cristo, sacándose la gorra, acariciándolo con afecto y veneración, y murmurando una oración. Era un símbolo de nuestro pueblo auténtico.
Otro día cuento algo de Salta.
Un cordial abrazo,
Luis Mesquita
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