Evangelizadores y civilizadores en Argentina - II
16 - Cacique
Paykin
El Gran Chaco o
Chaco Gualamba fue durante siglos teatro de enfrentamientos entre los blancos
cristianos y los bravíos naturales. Para los conquistadores del Río de la Plata, el Chaco era la
barrera a atravesar para llegar a las famosas sierras de plata. Para los
habitantes de las ciudades y términos que confinaban con él, una fuente de
zozobra y amenaza. Para los indígenas, era el “chaco” su “lugar de caza”
[etimología], su impenetrable escondite y volcán invasor en permanente erupción.
La ciudad de
Concepción del Bermejo no logra subsistir y es desamparada. Para la gran faja
de ciudades y territorios desde Córdoba hasta Salta, “la lucha se entabla sin
cuartel y cuando en el siglo XVII el indio entra en posesión del caballo, los
ataques se hacen permanentes. Las ciudades sufren saqueos periódicos” y
terribles matanzas, como la de 300 salteños en 1734. Por eso no podía decirse vecino de esta
ciudad quien no hubiese participado al menos de tres entradas al Chaco; ya que
ella debió hacer frente a su “duro destino” de ser “el principal baluarte de la
conquista del Gran Chaco” (Miguel A. Solá, “Salta“, p. 35).
Para pacificar y
proteger las ciudades y poblados se instalan los fortines de Pongo, San
Bernardo, Esteco, Ledesma y Balbuena entre 1665 y 1711, “pero también se
intensifica en la frontera la acción misional de los jesuitas en forma
persuasiva, merced al Evangelio y a un heroico esfuerzo personal, (que) cambian
el sentido de la lucha” (Lic. Helga Goicoechea, Chaco, “Las paces de Mato-rras
con Paikín”).
Se establecen
misiones jesuíticas como San Esteban de Miraflores de lules, que indica su
objetivo misional, y también de tobas, omoampas, isistinés y toquistiinés,
Macapillo de pasaines, San José de Petacas de vilelas, …de abipones, …de mocobíes.
“Con el
establecimiento de las reducciones cesaron los malones y Salta, San Miguel,
Santiago del Estero, Santa Fe y Corrientes pudieron vivir sin zozobras”
(Goicoechea). Las distintas etnias cesaban sus ataques e impedían que otras los
perpetraran. Pero “la expulsión de los jesuitas en 1767 dio por tierra la
tranquilidad de las ciudades y en pocos años los indios abandonaron sus
misiones. El peligro de los ataques sorpresivos volvió a tomar cuerpo y se vio
la necesidad de replantear el viejo problema del Chaco”.
El español
Jeronimo Ma-torras (* 1720) retoma el problema del Chaco. Luego de avecindarse sólidamente en Buenos
Aires, y de desempeñarse como Alférez Real y Alcalde, gestiona en España el
gobierno del Tucumán, que obtiene en 1767, con el compromiso de hacer un aporte
a las cajas reales y de pacificar el Chaco. Trae una imagen de San Martín de
Tours para el Cabildo bonaerense y un cuadro de la Divina Pastora destinado al
Chaco, que hoy se venera en la catedral de Buenos Aires…
Vencida con apoyo
del Virrey del Perú la oposición del Gobernador de Buenos Aires, el iluminista
Bucarelli, y del tucumanense saliente, Campero, recorre las misiones del Salado
con el Canónigo Suárez de Cantillana y madura su proyecto.
Había
intermitentes guerras entre indígenas por los robos de caballos, especialmente
entre los abipones (de las misiones de san Jerónimo y San Fernando), y los
tobas y mocobíes, aliados bajo el mando del famoso cacique mocobí Paykín.
A los 60 años, era
“de bizarra presencia y aspecto severo”, que recordaba la arrogante presencia
del valiente gobernador don Pedro de Cevallos.
Se presentó al
Gobernador del Tucumán como jefe de 7 naciones, representadas por sus caciques:
“como muchos indios chaqueños, no veía ya en el blanco al enemigo que había que
destruir”; “conocían el valor de los pactos y de la palabra empeñada, que
facilitaban la convivencia con considerables ventajas para ambas partes”
(Goicoechea).
Jerónimo de
Mato-rras preparó cuidadosamente su importante expedición, llevando a Francisco
Gabino Arias como maestre de campo y al canónigo Suárez de Cantillana como
esforzado capellán y misionero, quien cumplió hasta su muerte una sacrificada
obra evangelizadora, más otros misioneros como el Padre Argañaraz y Fray Lapa.
Partió de Salta en
1774.
Al llegar a la
región de tobas y mocobíes mandó avisar a Paykín que venía a visitarlo
trayéndole muchos regalos. Paikín se hallaba en Corrientes por lo que el
gobernador español lo esperó acampando en el paraje La Cangayé. Nombró a San Bernardo
patrono de los países del Chaco y preparó el recibimiento del “primer caporal”
bajo un gran algarrobo en el que formó un dosel, y cubrió varias petacas con
ponchos como asientos.
Una gran polvareda
anunció la llegada del gran jefe. Venía montado “en un bizarro caballo
tordillo, con estoque envainado de más de una vara de largo, con bastante
comitiva de indios” (crónica).
Después de
abrazarse con el Gobernador conversaron a través de un intérprete. El
gobernador lo agasajó con mate, dulce de guindas y frutas secas, regalándole un
traje que el cacique vistió de inmediato. Le expuso las ventajas que le
reportaría quedar al amparo del Rey de España, obsequiándole en nombre de S. M.
Católica un bastón con empuñadura de oro, de quien debía ser fiel súbdito.
Paykín y su gente
permanecieron en el campamento varios días y “se instruyó a los indios en los
principales misterios de la fe cristiana”. Se le unieron varios caciques
mocovíes y tobas, que fueron obsequiados con elegante vestuario, frenos,
espuelas y otros avíos, por la generosidad de Don Jerónimo. El 22 de julio de
1774 se cantó un solemne Te Deum; una semana después, el 29, se firmaron las
paces con toda solemnidad. Acompañaban a Paykín los caciques mocobíes
Lachirikín, Coglocolkín, Alegoikín y Quiagarí, y los tobas Quiyquiyrí y
Quetaido en nombre de más de 7000 indios. Este último llevaría más adelante el
bastón de Paykín, luego de la muerte del Gran Cacique.
Los once artículos
de la paz están transcriptos en el Diario de Mato-rras. Aseguraban los fértiles
campos de los indígenas con sus ríos, aguadas y arboledas. Que nunca serían
esclavos ni encomendados. Que se les dotaría de curas doctrineros lenguaraces y
maestros. Que se les proveería de crías
de ganado mayor y menor, herramientas y semillas. Que además de lo obsequiado
(ropas, animales) esperaban los indígenas con su trabajo y progreso poder
adquirirlos por su cuenta. Que el Gobernador favorecería las paces de los
aborígenes con el Cacique Benavides, de Santiago del Estero, y la reparación de
daños. Que en tales condiciones “se entregaban gustosos por vasallos del
Católico Rey…de España y de las Indias, prometiendo observar sus leyes y
mandatos”, como también los edictos de
los gobernadores de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán, esperando el cumplimiento
por parte de éstos de todas las leyes establecidas a favor de los naturales.
Que en caso de agravios de los españoles u otros indios los representarían por
sus Protectores en justicia, sin hacer guerra ofensiva ni defensiva. Que en el
futuro, una vez que dieran prueba de su buena amistad, esperaban que se le
proveyera de armamento.
“Después de ser
instruidos…en estas paces que vieron firmar, se solemnizaron con repetidas
vivas y se entregó al cacique Paykín el testimonio de ellas”.
Cumplidas las
paces, Don Jerónimo inició el regreso al fuerte del Río del Valle, de Salta,
repartiendo entre los caciques mulas, caballos y reses en número de 400.
El encuentro de
Mato-rras y Paykín fue inmortalizado en el primer cuadro histórico pintado en
el país, en Salta, obra de Tomás Cabrera (1775).
El Rey aprobó las
paces por Real Cédula e hizo al Virrey de Buenos Aires responsable de su
cumplimiento.
Se inauguró una
nueva época en la relación entre españoles, criollos e indígenas del Chaco,
mejorando notablemente sus vínculos en este final de los tiempos virreinales. La Independencia
abriría nuevas instancias…
(Ver: Lic. Helga Goicoechea, Chaco, “Las
paces de Mato-rras con Paikín”, ediciones universitarias, Chaco; Miguel A. Solá, “Salta“, p. 35; Prudencio
Bustos Argañaraz, “Historia Argentina”).
17 – P.
Alonso de Barzana
“Fue el más
ilustre misionero de
la Compañía de Jesús que recorrió nuestras Indias en
el siglo XVI. ‘Sólo el padre Alonso de Barzana –refiere una Crónica anónima de
1600- bautizó en esta provincia del Tucumán, más de veinte mil personas,
habiéndolas él catequizado primero por muchos días’” (C. Bruno, “Apóstoles de
la evangelización en la Cuenca
del Plata”).
Nació en Cañete,
España, cerca de 1530. Sacerdote jesuita, graduado de maestro en teología, pasó
al Perú en la armada del Virrey Francisco de Toledo (1569). Llevó vida de
misionero andante, merced a su dominio del quichua y el aimará, precioso
conocimiento que le valió también para ser nombrado titular de la cátedra de
quichua creada por el Virrey Toledo en Lima.
En la segunda
reunión general de la
Compañía de Jesús, en la misma “Ciudad de los Reyes”, fue
destinado al Tucumán, junto con el P. Francisco de Angulo y el Hno. Villegas,
atendiendo al pedido del Obispo Victoria de que le fueran enviados misioneros
jesuitas.
Luego de pasar por
Salta, confesando y atendiendo a los necesitados pobladores hispanos “en los
intervalos que los misioneros dejaban de atender a los indios”, y por Esteco,
atendiendo a unos por la mañana y a otros por la tarde, siendo seguidos por
todos “de sol a sol”, llegaron a
Santiago del Estero a fines de 1585, continuando su apostolado con españoles,
criollos e indígenas en ciudades, estancias y poblados. Desde Santiago escribió
el P. Barzana, tres años después, que llevaba bautizados diez mil naturales y
casado a ‘una muchedumbre innumerable’ de parejas aborígenes: “pasando los años
duplicó holgadamente esas cifras”.
Queriendo el
Gobernador Ramírez de Velasco pacificar y evangelizar a los Diaguitas de los
Valles Calchaquíes, llevó al Padre Barzana como capellán y misionero en su
entrada a los valles, apuntando a la conversión de “cincuenta mil almas”,
cumpliendo un rol muy importante que,
además, quedaría plasmado en su gramática de la lengua cacana, tesoro
lingüístico hoy perdido... Justamente
fue la increíble variedad de lenguas habladas en el Tucumán una de las mayores
dificultades, que llevaron a algunos misioneros jesuitas –venidos desde el
Brasil- a regresar a la región del Paraguay y Brasil, donde infinidad de
pueblos hablaban el guaraní.
Recorrió todo el
Tucumán incluida Córdoba, estuvo en Potosí, Asunción, Concepción del Bermejo,
Matará y otros puntos, siempre evangelizando.
La mejor semblanza
del padre Barzana pertenece a su compañero de misión, en Matará, el padre Pedro
de Añasco (carta del 10 de enero de 1592, dirigida al provincial, Padre Juan de
Atienza):
"Aunque no vi
al bienaventurado padre [San Francisco] Javier en la India Oriental, veo
al padre Alonso de Barzana, viejo (…), con suma pobreza (…) y profundísima
humildad (…), haciéndose indio viejo con el indio viejo (…), sentándose por
esos suelos para ganarlos para el Señor, y con los caciques, indios
particulares, muchachos y niños, con tantas ansias de traellos a Dios, que parece le revienta el corazón, y desde la
mañana a la noche no pierde un momento ocioso" (C. Bruno, Historia de la Iglesia en la Argentina, t.I).
Certifica la
profundidad de su apostolado el testimonio del jesuita, P. Hernando Monroy,
misionero entre los lules, admirado de hallar, 17 años después, indios privados
de los sacramentos que conservaban su inocencia bautismal, que llevaban sus
rosarios al cuello, y el hecho de que muchas indias guardaran “castidad con
tanta fortaleza que ni ruegos ni amenazas ni dádivas las podían contrastar”.
“Además de la eminente
virtud y celo inagotable del padre Barzana, hay que ponderar las muchas lenguas
que dominó: (…) llegó a hablar corridamente hasta trece idiomas -algunos de
ellos, muy recónditos y raros-, y a escribir artes y vocabularios de varios de
ellos”.
Entre las lenguas
indígenas que dominó e investigó, se encuentran: la cacana de Santiago del
Estero y la de calchaquíes, que eran bien diferentes; el quichua, el aimara,
“la puquina, que es muy dificultosa”, la tonocoté, la lule, la sanavirona. “Y,
al cabo de su vejez, aprendió la lengua guaraní" (C. Bruno, “Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”).
En la Asunción
El ambiente
misional en que desempeñaba su labor el Padre Alonso de Barzana junto a su
Superior, el P. Romero, es pintado por el P. Techo en su célebre Historia:
“El ministerio de
la predicación no apartaba al P. Romero [n.: Superior de la misión] de la
enseñanza de los muchachos, á la que era tan sumamente inclinado y para la que
tenía tal aptitud, que nunca quiso que le reemplazara en esta ocupación el P.
Bárcena, con ser varón insigne por sus méritos y el Apóstol del Perú y del
Tucumán.
“Solía decir que,
bien considerada, la juzgaba de tanta utilidad, que si tornara á ser joven se
dedicaría á ella con todas sus fuerzas más que á predicar, siquiera fuese ante
auditorio numeroso y escogido. Pero en lo que más empeño ponía, era en proteger
á los indios. Al mismo tiempo, estudiaba con ardor el idioma guaraní; aconteció
que habiendo salido el P. Bárcena de la capital á los pueblos cercanos por
breves días, lo oyó predicar en dicha lengua, y fué tal su gozo que sin poderse
contener le besó los pies.
“Nobles, plebeyos,
ancianos, mujeres, indios, negros y españoles, reconocían unánimemente que,
después de la llegada de los Padres de la Compañía, había cambiado por completo el aspecto
de la sociedad” (libro II, cap. III).
Sintetizando sus
hechos dice el mismo historiador, en el cap. XI de su Historia de la Provincia del Paraguay
de la Compañía
de Jesús que: después de consagrar su vida a evangelizar los más variados
pueblos del Perú, Tucumán y Paraguay, solicitado, regresó a Lima “por respeto
al Superior más que por amor al reposo”. En el camino de vuelta, “alegró con su presencia á la ciudad de la Concepción, que había
sufrido un largo asedio por los bárbaros”. Su acción apostólica “proporcionó
grandes bienes á todas las clases sociales”. “Destinado al Paraguay y Tucumán…
más de una vez se mantuvo sin otro alimento que el Cuerpo de Cristo”. Que “Dios
lo salvó con frecuencia de inminentes peligros. En varias ocasiones anunció lo
venidero y descubrió los ocultos pensamientos de algunas personas…”
“Fué muy familiar
de Dios y de la
Virgen. Recordaba á menudo con ternura las cosas del Niño
Jesús; tenía una imagen de éste á la cabecera del lecho en su última
enfermedad, y como suplicase al que le asistía que se la diese y éste no lo
oyese, el mismo Jesús descendió, y llamándole cariñosamente anciano, le dijo:
«¡No te fatigues; aquí estoy yo contigo!» Murió el día del Dulce nombre de
Jesús, 17 del mes de Enero, á los setenta años de edad, aquel varón memorable
por sus heróicas y cristianas virtudes”. En Lima, en el Año del Señor de 1598.
(Ver: C. Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina”;
“Apóstoles de la evangelización en la
Cuenca del Plata”; Techo, Nicolás del, “Historia de la Prov. del Paraguay de la Compañía de Jesús”;
Nardo, Rafael, “El Kakán…”).
18 – Obispo
Fray Melchor Maldonado de Saavedra
Quinto Obispo del
Tucumán, perteneció a la Orden
de los Ermitaños de San Agustín. Nombrado por el Rey de España, Felipe IV de
Austria, y provisto por Urbano VIII,
llegó a estas tierras norteñas a mediados de 1634. Gobernó la diócesis durante
veintisiete años.
Su carácter recio
le granjeó malentendidos y maledicencias que contrastaron con su austero vivir de
obispo apostólico y servicial.
Estuvo casi en
visita permanente de su inmensa Diócesis de 700.000 km2, “trajinando
por montes y llanuras”.
A diez años de
labor pastoral le escribía al Papa: “De ordinario ando discurriendo todo mi
obispado, que tiene de longitud casi cuatrocientas leguas, y en redondo más de
setecientas”. En enero de 1645 escribía a la Audiencia, desde el
valle de Paquilingasta, que no había “rincón que no visité”.
Un rasgo de fray
Melchor era su generosidad. Los vecinos de San Juan Bautista de la Ribera de Londres lo vieron
llegar nada menos que con 17 carretas, “cargadas de bastimentos, maíz, trigo,
harina, vino y todo género de dietas y medicinas: trujo carnes, pescado y
legumbres,…más de ciento y cuarenta bueyes (toros) y ganado vacuno para comer”;
130 mulas y caballos y más de un centenar
de personas con escolta de caballos, lanzas y arcabuceros, a su costa.
Socorría a los
pobres con limosnas, encaraba muchos trabajos y dormía vestido, sobre una
tabla.
Recorría
“reducciones, ranchos y cuevas de los indios viejos, miserables, pobres e
impedidos”, y a la sufrida población de Londres (refundada dificultosamente
luego de la destrucción de la anterior Londres por las huestes del Cacique
Chalimín) llegó con oportunos socorros y víveres en ocasión en que “así indios
como españoles estábamos pereciendo de hambre”.
Intentó pacificar
a los indios rebelados, hablándoles siempre como padre, con amor y severidad,
“prometiéndoles el perdón y amenazándoles con el castigo si perseveraban en su
rebeldía”, ofreciendo ellos finalmente la paz.
Al llegar a La Rioja, en 1645, llevaba
“peregrinado cuatro meses y seis días, sin meter la cabeza debajo de techado”,
pasando por lugares que hacía más de tres décadas que no recibían visita de su
Pastor.
Con el Gobernador
Acosta y Padilla promovió las reducciones en el Salado, a pesar de las
oposiciones. Procuraban cumplir el deseo real de que los naturales dejaran su
vida nómade y se asentaran en pueblos y comunidades, obrando la autoridad civil
y la religiosa en perfecta armonía.
Pedía el Obispo comprensión y ayuda a los vecinos españoles y criollos,
haciéndoles ver que estaba “durmiendo debajo de los árboles en nuestros
pabellones, ya la cabeza llena de canas”, procurando “el bien público, la
salvación de los indios, el descargo de nuestras conciencias”. Y les decía:
“Ayudadnos con vuestro consejo y dirección”.
Desde Asogasta, en
el Salado, escribió una pastoral en julio de 1647 inculcando a españoles e
indios la práctica leal de la justicia y la caridad, y a construir un régimen
de convivencia que asegure la libertad y defensa de los naturales, que eran
objeto de su especial solicitud. Recomendaba a los cristianos predicar con las
obras para que los naturales amen la doctrina, se sujeten a la autoridad y
“crean que una misma ley nos gobierna a ellos y a nosotros, y un mismo Dios y
un mismo rey cuida de entrambos igualmente, y que uno ha de ser el juicio”.
Enseñaba respecto
de los aborígenes “que son libres, no sujetos a esclavitud”, procurando que
contribuyesen voluntariamente en los servicios comunes “para el sustento y
conservación del reino, y para el sustento de sus personas e hijos, labrando,
criando, fabricando, trajinando”, y que
esto sea “pagándoles su justo trabajo, y tratándolos como a cristianos y
libres”.
Constataba con
dolor que eran “amigos de la ociosidad, de la embriaguez, de la idolatría”, y
hacía estas recomendaciones “porque no se vuelvan a los montes y a sus vicios”.
“Este aspecto
funcional del trabajo -dice C. Bruno- se
completa con el educativo, en orden a salvar los efectos de la incapacidad de
los naturales”, recomendando que estén siempre ocupados, “como quien tiene al
niño en la escuela, no porque está sujeto a esclavitud, sino porque no sea
travieso” y termine castigado.
Alertaba contra
las arbitrariedades en perjuicio del indígena, denunciando la violencia y la
injusticia: “Hemos de ser con los indios los españoles como el padre con el
hijo, como el tutor con el pupilo, supliendo con lo más que Dios nos dio lo que
a ellos les falta de talento y capacidad para conservarse, conservándolos
nosotros en su justicia, en buena enseñanza y en su libertad natural”.
Sostuvo con
generosidad y decisión el Monasterio de Santa Catalina de Siena, de Córdoba,
primer convento de monjas de Argentina, en un momento difícil en que parecía
pronto a extinguirse, dándole “el aliento vital que conserva hasta hoy” (C.
Bruno, Historia de la Iglesia,
t. II, p. 408).
Pese a su
fogosidad y atropellos verdaderos o ficticios que algunos le atribuyen, “el
Obispo Maldonado ofrece nítida a la historia su figura de auténtico pastor de
almas, en el continuo trajín de sus visitas, en su afán por desarraigar abusos
y, principalmente, en la obra social y civilizadora que llevó a los indios”,
dice Cayetano Bruno, colocando “su episcopal figura entre las más brillantes
del antiguo Tucumán” (“Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”, cap.
XII).
(Ver: C. Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina”;
“Apóstoles de la evangelización en la
Cuenca del Plata”).
19 - Leonor
de Tejeda
Nació y pasó su
vida en Córdoba del Tucumán, hija del poblador y defensor de la ciudad, Tristán
de Tejeda, y de doña Leonor Mejía, y nieta del célebre conquistador y vecino de
Santiago del Estero, Hernán Mejía Miraval.
Contrajo
matrimonio en 1598 con el General Manuel de Fonseca y Contreras, personaje principal.
Fue pionera de la
educación para niñas en Córdoba, en su casa, que siempre fue destinada a buenas
obras, actividad que continuó después de hacerse religiosa, luego de su viudez.
Con su marido, don
Manuel, siguiendo antiguos anhelos, “determinaron ampliar su morada señorial
con miras a convertirla desde entonces en un monasterio”. Pues “gustaban ambos
esposos de la práctica de las virtudes y se entregaban de lleno a la oración y
a la meditación” (Fernández Alvarez, “Un Monasterio y un alma”, p. 22-3). Las
jóvenes cordobesas se acercaban a las puertas del improvisado monasterio, donde
Da. Leonor les brindaba educación y formación, ya que su idea siempre había
sido “gastar nuestra hacienda en alguna obra pía y por el bien que a todos los
de estas provincias puede resultar…”(testamento).
En 1613, ya viuda,
dejó todos sus bienes a favor del futuro monasterio, que se fundó una semana
después, ingresando dieciséis novicias, catorce doncellas y dos viudas; una de
éstas era la propia Leonor, novicia y priora a la vez, a quien el Cabildo de
Córdoba consideraba “una de las personas de más calidad y virtud que hay en
esta tierra” (Bruno, Historia, t. II, p. 400). Cambió su nombre por el de madre
Catalina de Siena.
Pronto se
interesaron novicias del Perú, de Chile y de otras ciudades del Tucumán, siendo
motivo de alegría para las personas religiosas el hecho de que “este convento
es el único donde pueden refugiarse vírgenes para consagrarse a Dios en una
redondez de setecientas leguas” (P. Diego de Torres, SJ).
En 1628, por
disposición testamentaria de Juan de Tejeda Mirabal, hermano de Leonor, (ante
gracias manifiestas y reiteradas que recibió), se fundaba el segundo convento
-el de las Teresas- en Córdoba del Tucumán. El Obispo Torres designó a Leonor
de Tejeda “primera prelada del monasterio”, debiendo dejar su convento para
dirigir el fundado por su hermano, permaneciendo hasta 1637, en que pudo
regresar.
En 1640 se
registran noticias de su enfermedad, y probablemente ocurrió su muerte poco
después. Tenía más de sesenta años de edad y veintisiete de vida religiosa.
Para entonces el Monasterio contaba con un nuevo edificio, con el que el Obispo
Fray Melchor Maldonado de Saavedra apuntalaba la obra iniciada por Leonor de
Tejeda, que perduraría hasta nuestros días con ilustre trayectoria.
(Ver: C. Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina”;
“Apóstoles de la evangelización en la
Cuenca del Plata”; Bustos Argañaraz, Prudencio “Historia
Argentina”, ed. Eudecor).
20 - Mama
Antula
María Antonia de
Paz y Figueroa –Mama Antula- era hija de una tradicional familia descendiente
de fundadores de Santiago del Estero, ciudad que la vio nacer en 1730. A los 15 años entró
como beata, integrante sin votos de la comunidad de jóvenes mujeres que
hacían vida de piedad y colaboraban con la Compañía de Jesús, -a la que ella llamaba “tierna
madre”.
Veneraba a los
Santos jesuitas y a los Ejercicios espirituales del fundador, San Ignacio de
Loyola, manteniendo correspondencia con los miembros de la Compañía luego de su
injusta expulsión en 1767, que dejó a inmensas zonas de la América Española privadas de la
labor educativa, religiosa y cultural más importante, creando desazón y
resentimiento en todas partes.
El jesuita P. Arduz
decía que “está la Compañía
en espíritu en esta pequeña máquina de doña María Antonia” (C. Bruno, Historia
de la Iglesia,
t. VI, Cap. X). Y ella decía que ver “la Compañía de mi Jesús”… “desterrada de estos
países en los últimos confines del mundo”… “es mi tormento”, “mi desconsuelo”.
Consiguió hacer
que, después de 23 años de silenciamiento de San Ignacio de Loyola, el
sacerdote maestrescuela Román y Ca-vezales hiciera su panegírico públicamente
en Buenos Aires.
Inmediatamente
después de la expulsión comenzó a misionar en el Tucumán por Santiago del
Estero, y continuó por Salavina y Silí pica, vistiendo hábito jesuítico,
llevando una cruz y a Nuestra Señora de los Dolores “por superiora de su
misión”.
En 1773 se hallaba
en Jujuy, donde el Obispo Moscoso y Peralta alabó su obra y la exhortó a
continuarla. Siguió por San Miguel de
Tucumán, Salta, Catamarca y La
Rioja, donde organizó 7 días seguidos de Ejercicios. Cuando
faltaba algo decía: “avisen a la
Abadesa”, Ntra. Sra. de los Dolores.
En 1775 se encontraba
en Córdoba, de donde escribió al Obispo que desde el año en que fueron
expulsados los jesuitas, viendo la falta de ministros y de doctrina, “me
dediqué a dejar mi retiro y salir…confiada en la divina Providencia...con venia
de los señores obispos…a colectar limosnas para mantener los santos Ejercicios
espirituales del glorioso San Ignacio de Loyola”. Llegó a juntar 300 personas para los
ejercicios, que desarrolló durante ocho semanas, aumentadas, 3 años más tarde,
a catorce semanas.
Dejó el Tucumán
luego de haber dado 60 tandas de ejercicios, dirigiéndose a Buenos Aires.
Resistió allí a
burlas del pueblo e indiferencia de las autoridades civiles y religiosas. Un
buen tiempo tuvo que insistir en sus pedidos al Obispo que autorizara los
Ejercicios, resistiendo al desánimo, las críticas y las incomprensiones. A todo
lo vencía con la confianza, repitiendo: “Todo lo puedo en Aquel que me da
fuerzas” (S. Pablo).
Ablandado el
Obispo, debió enfrentar la oposición del Virrey Vértiz. Vencida finalmente
también ésta, se iniciaron los Ejercicios con señoras principales que no
rehusaban mezclarse con las domésticas
negras y pardas. Logró el apoyo de esclarecidos sacerdotes.
La asistencia fue
pronto en aumento y el local resultó estrecho. Fue consolador para ella que se
presentaran ambos Obispos, del Tucumán y del Río de la Plata, para oír las prédicas
de los Ejercicios. El Obispo del Tucumán quería que volviera a su Diócesis,
pero la gran concurrencia en Buenos Aires se lo impedía. El fervor se iba
contagiando a los vecinos principales y de éstos al resto de la sociedad. El
apoyo del Obispo se hizo completo, al punto de atender a todos sus pedidos (que
eran prudentes y discretos), y disponer “que ningún clérigo recibiese órdenes
sin un certificado de su buena conducta en los Ejercicios”.
Hasta un ex Virrey
del Perú en desgracia vino a Buenos Aires a hacer los Ejercicios y atribuyó la
mejora de su situación en Madrid a las oraciones de María Antonia.
Parecía que la Providencia le daba
los medios ya que pudo prodigarle los Ejercicios a 15.000 personas, lo que
incluía diez días “de estada y abundante manutención” sin costo alguno.
En 1788, gracias a
aquella “ramita que había quedado del tronco seco de la Compañía”, se contaban en
más de 70.000 personas las que habían hecho los Ejercicios.
En 1791 pasó a la Banda Oriental, recibiendo del
Virrey, al despedirla, “todo su poder sobre militares y civiles en cuanto
necesitase”.
Ambas bandas se la
disputaban. Pronto el Obispo reclamó su vuelta, y “me arrancaron de Montevideo
con gran sentimiento mío, por el fervor con que concurrían en multitud (de a
500) las gentes”. Luego los vecinos orientales pedirían licencia para continuar
con los ejercicios “que dio la santa Beata”. El Virrey Avilés asintió de
inmediato y se fundó la Casa
de Ejercicios de Montevideo.
La
Mama Antula se ocupó de estabilizar su obra creando en
Buenos Aires, capital del Virreinato, una comunidad de beatas. Vecinos
expectables de varias familias le donaron “un solar del barrio de la Concepción, allí donde
se levanta hoy la Casa
de Ejercicios”. Superando obstáculos, la obra se comenzó y llevó a feliz
término por los desvelos de María Antonia.
Preveía ella que
manos extrañas podían intentar desviar el destino de la Casa, declarando de antemano
cualquier cambio de destino como “nula, subversiva e intrusa”.
Murió “en notoria
pobreza” el 7 de marzo de 1799 y sus restos descansan en la Iglesia de la Piedad. Dejó en buen punto la Casa de Ejercicios, monumento
de su fe, piedad y dedicación, y un gurpo de fieles seguidores que continuaron
su obra.
(Ver: Bruno, Historia de la Iglesia, t. VI, Cap. X).
21 - Cacique
Manqueunai
Ver fundamentación
en P. Nicolás Mascardi
22 – Tinkunaco
Es palabra quichua
que significa “encuentro” y evoca un hecho histórico fundacional ampliamente
documentado por declaraciones de testigos oculares que lo presenciaron y lo
testimoniaron en el proceso de canonización de San Francisco Solano.
La Rioja había sido fundada en 1591; dos años
después, un Jueves Santo, 40 caciques diaguitas y sus tropas –que sumaban 9.000
guerreros, inmensa multitud para la época- rodearon la ciudad con intenciones
de asediarla y atacarla, comenzando por cortar el agua de la acequia principal.
Se adelantó a los
defensores de la ciudad, actuando como mediador, Fray Francisco Solano,
pronunciando una histórica arenga que todos los presentes –a pesar de hablar
idiomas distintos- entendieron, y que repercutió de manera impresionante en los
diaguitas quienes, deponiendo su actitud bélica, se sumaron a las ceremonias de
Semana Santa, dispuestos a convertirse a la Fe y a hacerse súbditos del Rey de España.
Como prenda de
amparo a los indígenas, San Francisco los puso bajo la protección de la Imagen del Niño Alcalde. El
alcalde era el juez natural de los habitantes de la ciudad y su potestad era
respetada por todos. De ahí la honda significación del hecho.
Se produjo el
“tinkunaco”, es decir el “encuentro” y entendimiento entre diaguitas y
españoles. Aquello significó algo como el nacimiento de la cristiandad riojana:
paz, unión de europeos y nativos y cristianización, incorporación de bienes
culturales, espirituales y materiales para ambos pueblos.
Hoy se celebra en
“Todos los Santos de la Nueva Rioja”
ese encuentro en la festividad del Tinkunaco cada 31 de diciembre al mediodía, por
ser la fecha en que anualmente el Cabildo elegía los nuevos alcaldes y
regidores encargados de impartir justicia y ejercer el gobierno capitular de la
ciudad.
Desde el convento
de San Francisco, donde se encuentra la celda y el naranjo histórico del “Santo Solano”, viene la procesión con el Niño
Alcalde, el Inca y sus ayllus, fieles riojanos que representan a aquellos
diaguitas históricos. De la catedral parte la procesión que representa a los
antiguos Alféreces españoles, vecinos y miembros del Cabildo. Todos con
atuendos típicos. A la tradición se sumó la venerada imagen de San Nicolás,
Patrono de La Rioja,
que se inclina tres veces adorando al Niño Dios.
Es en la plaza
principal, frente a la
Catedral y a la
Casa de Gobierno, cuando el sol riojano hace caer
implacablemente sus rayos, calor y luz. Participa multitudinariamente el pueblo
y los peregrinos, el clero y el gobierno civil, y las fuerzas militares y de
seguridad.
Es un ejemplo de hermandad y de
vitalidad de una tradición fundacional en el Norte argentino, que data del
siglo XVI, en tiempos de “La
Rioja del Tucumán”.
(Ver: Vera Vallejo, Pbro. J.C., “Las fiestas de San Nicolás en La Rioja”, Luna Olmos, María
Elena, “El Tinkunaco riojano”, Jornada de Cultura Hispanoamericana por la Civilización Cristiana,
Cabildo histórico de Salta, 2008).
Plaza “Socotonio de Talavera”
Socotonio de
Talavera, fue un centro estratégico, vital y fructífero de apostolado del
principal misionero de esta región y de América, San Francisco Solano, que allí
fundó una cristiandad de más de 50 poblaciones indígenas (ver biografía). Su
influencia llegaba a la desaparecida ciudad salteña de Nuestra Señora de
Talavera de Esteco y a toda la región situada al oriente entre ésta y Santiago
del Estero, la entonces capital de la Gobernación del Tucumán (que abarcaba desde el
actual NOA hasta Córdoba y parte del Chaco), y al sudoeste la zona de
influencia de San Miguel de Tucumán.
Su sonoro nombre
armoniza lo indígena –Socotonio- con el bello y significativo nombre castellano
de Talavera, como símbolo de las dos vertientes étnicas fundadoras de nuestra
nacionalidad. En sus términos se encuentra la rica vertiente “del santo
Solano”, próxima al salteño pueblo de El Galpón, del que el santo franciscano
es Patrono.
(Ver más datos y bibliografía citada en San
Francisco Solano).
Areas Verdes:
1 Rincón
de las Pavas
La elegante pava
de monte pertenece a las aves galliformes de la familia Cracidae, son originarias de la zona de Paraguay, Argentina,
Uruguay, Bolivia y Brasil. Su hábitat natural son los bosques tropicales o
subtropicales, de baja altitud. Se conocen tres especies, cada una habita en
regiones distintas, ellas son Penélope obscura bronzina, Penélope obscura
obscura y Penélope obscura bridgesi.
Es un ave grande,
pero no supera los 90 cm.
de largo. La piel de la cara es gris, la de la garganta es roja, el pico es
negro y las patas son grises, la cola es marrón oscura, el resto del cuerpo es
pardo oscuro con reflejos verdosos. Son
fácilmente domesticadas y pasan a ser un ave de compañía que puede pasear por
un amplio gallinero, por el patio o jardín.
Su canto más que
canto es un áspero y potente grito. Es difícil de ver ya que permanece oculta
en el monte. La pava de monte está unida al monte, no sólo se refugia en él,
sino que del monte obtiene su alimento, semillas, granos, frutos, flores
silvestres, larvas e insectos.
La época de
reproducción es en la primavera y el verano, son monógamos, la pareja es para
siempre. El nido lo hace arriba de los árboles y pueden estar hasta a 10 metros de altura,
prefieren hacer sus nidos en montes tupidos para que sea más difícil
encontrarlo. El nido lo hacen en forma de plataforma con ramas pequeñas y
retoño de hojas. La hembra pone sólo 2 o 3 huevos de color blanco crema, que
incuban, vigilan y cuidan los polluelos, indistintamente el macho o la hembra.
Los pichones permanecen con sus padres hasta que son mayores. Los cazadores
cazan las pavas de monte, por su carne y con la destrucción de su hábitat,
están amenazadas de extinción.
Son típicas del
monte salteño y puede vérselas internándose en el campo o visitando el Parque
Nacional El Rey. Baritú y otras reservas.
(Información sobre fauna silvestre extraída
de pampas argentinas, dogo argento, minifauna y otros sitios de Internet)
2 San
Roque Gonzalez
(ver
fundamentación en: Avenida San Roque González)
3 Martin
Schmid
Sacerdote jesuita,
misionero, arquitecto y músico destacado. Nació en Suiza, en el cantón de Baar,
en el seno de una familia principal, en 1694, y cursó estudios en varias ciudades
europeas compenetrándose de la elegancia y originalidad del barroco.
Llegado a América,
se lo destinó a misionar a los indios Chiquitos, según él debido a sus
conocimientos musicales. Llegó a la región de las misiones en agosto de 1730,
luego de largas demoras en el viaje de Europa a Buenos Aires y de allí a la Chiquitanía.
Sus primeros diez
años de misión transcurren en la
histórica San Javier, actuando como doctrinero y a través de la escuela de
música donde enseñaba a la población nativa a hacer instrumentos musicales.
Asimismo ayudó a formar talleres que sentaron las bases para la magnífica labor
arquitectónica impulsada por él, que vendría más adelante.
En 1744 escribe
desde la reducción de San Rafael su primera carta a su familia. Allí también
construye la primera de sus admirables iglesias en la selva. De 1749 en
adelante construye otras del mismo estilo en San Javier y Concepción. Bajo su
dirección se emprenden reformas y construcciones en los pueblos misioneros de la Chiquitanía, como los
altares barrocos tallados en madera de San Miguel y de San Ignacio de Velasco.
Tuvo gran influencia, personal y a través de sus colaboradores, en la
decoración de las iglesias de los diez pueblos jesuíticos de Chiquitos.
Al llegar a las
misiones pensaba que su tarea principal sería la labor puramente misionera,
pero la Compañía
le encargó ante todo fortalecer la
Fe de los indígenas y promover su radicación en las
reducciones para que dejaran la vida nómade por una sedentaria.
Este
fortalecimiento se hacía valiéndose de la enseñanza doctrinal y de las ricas
ceremonias religiosas. Pues los jesuitas habían comprobado que tales
finalidades se alcanzaban mejor poniendo énfasis en el esplendor ceremonial y
litúrgico. Sobre esta base promovieron la música, que encantaba a los
naturales, como también la decoración de las iglesias en estilo imponente.
Para esta vital
tarea de construcción formó albañiles especializados, y para perfeccionar la
enseñanza musical enseñó técnicas para hacer instrumentos.
Luego le tocó
misionar en San Juan Bautista (Santa Cruz), de donde le escribe a su hermano
contándole que desde este pueblo habían mandado a la selva a 300 indios
cristianos para invitar a los aborígenes silvícolas a incorporarse a las
reducciones. Al cabo de dos meses regresaron con más de cien hombres, mujeres y
niños de la floresta. Narra cómo los acompañaron a la iglesia, entonando cantos
y al son de músicas, donde él ante todo procedió a entregarles ropas con que
cubrir sus cuerpos. Luego se los invitó a comer y se les dieron pequeños
regalos como perlas de vidrio, rosarios, cuchillos, tijeras y otros agasajos.
Al día siguiente los niños fueron bautizados ceremoniosamente, y los grandes
comenzaron a prepararse para el bautismo.
Sus últimos años
en la Chiquitanía
transcurrieron en San Miguel de Velasco y San Ignacio de Velasco, donde,
contando con la ayuda de su “conmisionero“, Johann Mesner (1703-68), se
encargaron de la tarea de cubrir de oro los altares.
Allí recibieron la
orden de expulsión del Rey Borbón, impulsada por los Iluministas. Pensó que a
sus 73 años se vería exento de cumplirla y lograría quedarse, pero fue obligado
a iniciar el largo y penoso viaje de vuelta. Tuvo que atravesar los Andes a
lomo de mula con los otros expulsos, llegar hasta Arica, seguir en barco a
Lima, dirigirse a Panamá, y de allí pasar por Cartagena y La Habana para embarcarse
finalmente a Cádiz. Internado más de un año en el Puerto de Santa María pasó a
Augsburgo, y de allí regresó al pago en 1771. Más de un año estuvo en el
Colegio de Lucerna donde en 1772 terminó sus días, siendo enterrado en la Iglesia jesuítica local.
La formación
musical y la enseñanza de técnicas para hacer instrumentos, infundió a sus
discípulos nativos una valiosa y perdurable cultura musical. Enseñó técnicas de
albañilería y agricultura. Contribuyó a la edición de un diccionario de la
lengua chiquitana. Su principal aporte en el campo cultural y artístico fue la
construcción de edificios religiosos y la decoración de sus interiores.
En 1990 fueron
declaradas “patrimonio de la humanidad” las iglesias construidas por él y por
sus discípulos. Contribuyó a traducir al alemán el historial del P. Juan P.
Fernández sobre las misiones de Chiquitos. Sus cartas constituyen otro valioso
legado histórico.
(Notas tomadas de Martin Schmid (Jesuit)
aus Wikipedia, der freien Enzyklopädie, basada en obras varias de Kühne, Meier,
y de R. Fischer -„Pater Martin Schmid SJ“; „Wörterbuch der Chiquitano-Sprache“,
Composiciones musicales en el Archivo de Concepción [Bolivia], etc.).
4 - Rincón
del Pecarí
Los vistosos y
bravos pecaríes (también conocidos como tayato, tayasu, saíno, chancho de
monte, chancho almizclero o jabalí americano) son especies de animales salvajes
nativos de América similares a los cerdos, clasificados en la familia Tayassuidae.
Poseen cuatro
dedos en las patas delanteras y tres en las traseras, tres estómagos y una
glándula secretora de almizcle en el lomo.
Trátase de
animales autóctonos de América, semejantes al jábali pero, a diferencia de los jabalíes europeos, los colmillos
no lucen expuestos fuera de la boca.
En el pasado su
área de dispersión cubría desde las Carolinas -y sureste de Texas ,al norte-
hasta los límites más meridionales de la región Chaqueña ,en el sur. Pero en la
actualidad sólo se encuentran en zonas
recónditas de Sudamérica; especialmente el norte de Argentina.
Habitan zonas
relativamente cálidas y húmedas en donde exista importante arbolado, allí viven
formando piaras. Sus costumbres son principalmente nocturnas por lo que tienen
muy desarrollado el olfato.
Su dieta es
omnívora aunque predominantemente vegetariana (además de vegetales se alimentan
de insectos, arácnidos, réptiles -incluidos los ofidios- y eventualmente
pequeños roedores).
Se conocen tres
especies de pecaríes:
El pecarí de
collar, o chancho rosillo (Dicotyles tajacu), con una altura de medio metro en
la cruz y una longitud de aproximadamente 80 cm. Se caracteriza por su pelaje de cerdas
castaño-negruzcas y una mancha blanca que recuerda a un collar en la base del
cuello. Se distinguen 16 subespecies de esta variedad.
El pecarí
labiado,o pecarí barbiblanco, o chancho majano (Tayassu pecari), que tiene una
altura promedio en la cruz de 55
cm y una longitud de un metro, caracterizándose por una
mancha clara en la base de la boca ó en torno a los labios. De todas las
especies de pecaríes ésta es la que más prefiere la fronda cerrada y los
ámbitos húmedos. Se conocen seis subespecies.
El pecarí orejudo
o pecarí chaqueño, o chancho quimilero, o taguá (Catagonus wagneri) resulta ser
la especie de mayores dimensiones, llegando a tener una longitud promedio de
1,1m. Se caracteriza por su pelaje algo más claro que las anteriores aquí
descriptas, sin que se adviertan manchas específicas. Las orejas y el hocico
son más grandes que en las demás especies. Esta variedad sólo se conocía -hasta
1974- por restos fósiles hallados en las provincias argentinas de Salta y
Chaco, considerándosela extinguida. Entre los adultos de las tres especies de
pecaríes los pesos van de los 14
a los 40
kg existiendo un claro dimorfismo sexual por el que los
machos son más corpulentos.
Cuando los perros
los corren, generalmente corren para todos lados, muchas veces con eso pierden
a los perros y zafan. Si el perro le llega a alguno, generalmente se empaca
rápido, se sienta y empieza a morder, mucho y muy rápido. Los colmillos son muy
filosos, así que el perro no la lleva de arriba. Y muerden sean hembras, machos
o crías.
(Información de fauna silvestre argentina
extraída de pampas argentinas, dogo argento, minifauna y otros sitios de
Internet)
5 - Gaspar
de Monroy
La heroica
dedicación de los misioneros jesuitas en el Paraguay y el Tucumán hizo que
fueran reiteradamente solicitados por gobernadores y cabildos –y, en ocasiones,
también resistidos, por su decidida defensa de los indígenas.
En 1593 llegó del
Perú un refuerzo integrado por cuatro sacerdotes y dos hermanos legos de la Compañía, que alcanzarían
fama por su labor en estas tierras. Entre ellos se encontraba el Padre Gaspar
de Monroy, SJ (cf. Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina”, t. I, pp. 434 y ss.). La
crónica de sus andanzas apostólicas se la debemos al P. Nicolás del Techo, en
su célebre “Historia de la
Provincia del Paraguay, de la Compañía de Jesús”. (El
P. Techo refiere asimismo que en el año 1600 llegaron nuevos refuerzos
misionales al Tucumán, entre quienes se encontraba el P. Hernando o Fernando
Monroy, SJ, otro destacado apóstol del Norte argentino, particularmente de los
lules).
“El Apostólico
Padre Gaspar de Monroy” –como lo llama el Padre Lozano en su “Historia de la conquista del Paraguay,
Río de la Plata
y Tucumán”- nació de padres “muy nobles” en Valladolid, en 1564. La
auténtica hidalguía presuponía la virtud del coraje caballeresco, y si bien la
nobleza de sangre no era requisito para evangelizar, no es raro encontrarla
entre los más intrépidos misioneros.
Le ordenaron
misionar en Humahuaca junto al Padre Pedro de Añasco y tratar de evangelizar a
los omaguacas u “omaguas”, que habitaban “la parte del Tucumán que se extiende
hasta el Perú” (P. Techo, Historia, libro II, cap. VI).
Muchos de éstos
habían aceptado la fe cristiana pero “…hacía ya treinta años que se habían
rebelado, dando muerte á los sacerdotes y á no pocos españoles; con sus robos y
asesinatos hacían imposibles de transitar los caminos que van al Perú, y tenían
consternadas las villas y aldeas próximas”.
El Padre Monroy,
“…á pesar de los consejos que le daban sus amigos para disuadirle del temerario
proyecto que había concebido, penetró en el país de los omaguas, llevando por
toda arma una cruz”, acompañado por el
Hermano lego Juan de Toledo.
Contra toda
esperanza fue “benévolamente recibido” por los indios y su predicación logró
que cinco caciques a quienes se atribuían homicidios y sacrilegios pidieran el
bautismo. Pronto hubo más de 800 omaguacas bautizados, muchas parejas casadas y
renovación general de costumbres cristianas como fruto de su labor.
Entre estos
naturales señoreaba el famoso Viltipoco (“Piltipico”), de quien refiere el P.
Techo que hacía 30 años cometía crímenes, mataba sacerdotes, quemaba templos,
derribaba cruces, saqueaba pueblos y robaba a los caminantes. La situación
aparecía desesperada pues: “Nada aprovecharon para reprimir tales desmanes los
esfuerzos del gobernador del Tucumán, ni el coraje de los españoles irritado
con una guerra pertinaz, ni halagos, ni promesas…”.
Hacía falta un
varón de Dios que pudiera ganarse esos corazones.
El Padre Monroy
decidió jugarse el todo por el todo. Fue donde se encontraba el gran jefe y le
dijo que podía apreciar el deseo que tenía de su salvación por presentarse
indefenso delante de él, “sin temor alguno de la muerte; ningún sacerdote ha
sobrevivido a tu crueldad… a todos los asesinaste fieramente”, …incendiaste
iglesias, …destruíste cruces… “He despreciado los tormentos –continuó- para ver
si, logrando tu conversión, apartas la ira del Señor que te amenaza. Nadie ama
la muerte, sino quien espera eterna recompensa. Elige entre las dos cosas que
te muestro: tu salvación ó mi muerte; ambas están en tu mano; morir por Cristo
será para mí una dicha inmensa, y librarte de la perdición alegría
inexplicable” (Techo, Historia, cit.).
“Dichas estas
palabras con grande energía y presencia de ánimo, ponderó el enojo de los
españoles y advirtió que Piltipico, depuesto el ceño, se mostraba más humano y
le ofrecía vino que tenía en una calabaza”. Era chicha de grano molido por los
dientes de las mujeres de la tribu, que el Padre no acostumbraba a beber y era
“poco agradable”. Pero lo probó, deferencia que agradeció mucho el cacique, permitiéndole
ejercer su ministerio.
Entrevistando
tiempo después nuevamente al jefe omaguaca, éste manifestó deseos de hacer las
paces con los españoles. El Gobernador Ramírez de Velasco, que había ordenado
la fundación de la ciudad que en su homenaje recibió el nombre de “San Salvador
de Velasco en el Valle de Jujuy”, no desaprovechó la oportunidad; dio
facultades al Padre para firmar treguas con los indígenas. Era habitual la
cooperación de la Iglesia
y el gobierno civil en el “estado misional español” (expresión de Cayetano
Bruno).
Así se hizo y las
poblaciones cristianas “significaron su agradecimiento al P. Gaspar Monroy,
pues le debían el disfrutar tranquilamente de las ciudades, de los templos,
bienes e hijos”. Un gran paso se había dado gracias a él.
Se le sumó el
Padre Añasco, que caminó cientos de leguas desde los límites de los frentones
para unírsele en el esfuerzo misional. Viltipoco había celebrado las paces pero
“no quería reconciliarse con Dios por amor de su gentílica libertad. Sus
depravadas costumbres eran imitadas por los jefes del pueblo…”. Y las de éstos
por los indígenas comunes.
Por las
contrariedades sufridas se enferma el P. Monroy y se retira un tiempo a Jujuy
con su “conmisionero”. Corrió la voz de que Viltipoco se había aliado con los
chiriguanos para “unidos asaltar y devastar la ciudad”.
Los españoles
entran arriesgadamente en los cerros y logran capturar a Viltipoco quien,
arrepentido, “se reconcilió con el Creador estando gravemente enfermo en la
cárcel, y murió al poco tiempo”. El P. Monroy había sido su evangelizador; el
P. Añasco fue su dedicado y afectuoso confesor…
En 1598, el Padre
Monroy, luego de prestar estos servicios, sin abandonar a los naturales jujeños
extiende su apostolado a los salteños. También dejó sus huellas en la capital
de la gobernación, Santiago del Estero, donde se desempeñó como Vice-Rector del
Colegio de la Compañía.
Considerando
admirado la tarea cumplida, dice el P. Nicolás del Techo, historiador de la
obra jesuítica en estas latitudes: “Entre pocos hombres quedó repartido el
Tucumán, región tan grande como España, la cual recorrían incesantemente,
visitando selvas, escondrijos, cavernas y montes retirados. Estimulados por el
deseo de salvar las almas, despreciaban con magnanimidad los peligros corporales,
ningún caso hacían de comodidades y tenían en poco la misma vida. Si los que se
afanan por las mercancías de América y por sus ricos metales á todo se atreven,
¿cuánto más aquéllos que saben el precio de los espíritus rescatados con la
sangre de Cristo?”
(Ver Historias del P. Cayetano Bruno y del
P. Nicolás del Techo citadas en esta fundamentación).
6 - Arte
y Vocabulario del Cacán
“Deseando con
ardor los socios [integrantes] de la Compañía [de Jesús] que los gentiles abrazaran la
fe cristiana se dedicaron al estudio de las lenguas habladas por éstos. El P.
Bárcena se entregó á esta tarea por espacio de medio año, ayudado por el P.
Añasco; y aunque era ya anciano de sesenta años, llegó á conocer las lenguas
guaraní, naté, quisoquí, abipónica y quiranguí; compuso en ellas gramáticas,
vocabularios, catecismos y sermones; ambos
redujeron á preceptos otras del Tucumán, como son la tonocoté, la kaka, la
paquí y la quirandí, á fin de que los misioneros pudiesen fácilmente poseerlas.
Y para obtener de esta obra mejores resultados, el P. Añasco hizo varias copias de dichos libros, compuestos en su
mayor parte por el P. Bárcena, y las divulgó cuanto pudo. Todo lo cual es
más de admirar si se tiene en cuenta que tanto uno como otro tenían sus fuerzas
muy quebrantadas…” (P. Nicolás del Techo, Historia de la Provincia del Paraguay
de la Compañía
de Jesús, Cap. XLIII, Libro primero).
“Hablaron los
diaguitas la lengua cacana, de la cual muy poco se conoce. El jesuita Alonso de
Barzana escribió un “Arte y Vocabulario” de dicha lengua que se perdió. No
desesperan…los eruditos que aparezca algún día, supuesto que el padre Añasco,
compañero de Barzana, asegura haber hecho de el varias copias” (Historia de la Iglesia en la Argentina, Cayetano
Bruno, Ed. Don Bosco, t. I, p. 60).
Los Diaguitas eran
las comunidades indígenas que ocuparon el corazón del Noroeste, los Valles y
Quebradas. Las primeras crónicas llamaron calchaquíes a los habitantes de esa
región, pero éstos eran diaguitas, como los pulares, yocaviles, tafís, hualfines,
ingamanas, sanagastas, famatinas, etc.
Estaban
aglutinadas alrededor de un elemento común: su lengua. Todas las fuentes
coinciden en que la lengua cacá o cacán otorgaba unidad a estos pueblos, que
Canals Frau llamaba “cacanos” en lugar de diaguitas (cf. Carlos Martínez
Sarasola, Nuestros paisanos, los indios”).
“Según las fuentes
el kakán se hablaba en el valle Calchaquí, Catamarca, gran parte de La Rioja, parte de Santiago del
Estero (la sierra y el Río Dulce) y norte de San Juan (río Bermejo, Jáchal y
Valle Fértil)” (Nar-di). Para Adán Quiroga, cacá o cacán significa montaña, por
lo que lengua cacana o montañesa “es lo mismo”.
Su desaparición,
dice Quiroga, comenzó con la difusión del quichua impuesto por la dominación
incaica en el siglo XV. Sin embargo se siguió hablando. A fines del período
hispánico, con el advenimiento de los Borbones, que sucedieron la Casa de Austria, cambiaron
muchas cosas, aplicándose criterios
centralistas e “ilustrados”, uno de los cuales fue intensificar la enseñanza
del castellano descuidando las lenguas vernáculas.
A los misioneros
se les presentó el problema de poderse comunicar con fluidez con los diaguitas,
por lo que algunos abordaron resueltamente la tarea de dominar el cacán, como
San Francisco Solano, el Padre Barzana (autor de su arte y vocabulario), el
Padre Añasco y otros.
El cacán misional
tuvo señalados cultores. Los PP. Barzana y Añasco compusieron por 1590
preceptos gramaticales y vocabularios, y el primero “escribió doctrina
cristiana, catecismo, homilías, sermones, confesionario y plegarias en kakán,
pero nunca llegaron a ser publicados”. Otros jesuitas –como los Padres Gaspar y Hernando Monroy, Viana y Romero- “llegaron a componer
canciones devotas (los Diaguitas gustaban de los cantares a lo divino en su
lengua), catecismo y pláticas en kakán” (Nar-di, o.c.).
Posteriormente no
pocos sacerdotes, encomenderos y oficiales demostraron ser expertos en hablar
el cacán, como consta en numerosos documentos.
Entre los
misioneros jesuitas se destacó el P. Alonso de Barzana, a quien el Gobernador
del Tucumán Ramírez de Velasco, queriendo
pacificar y evangelizar a los Diaguitas de los Valles Calchaquíes, llevó como
capellán y misionero en su entrada a los valles, apuntando a la conversión de
“cincuenta mil almas”, cumpliendo un rol muy importante que, además, quedaría plasmado en su gramática de la lengua cacana, tesoro
lingüístico hoy perdido...
Era famoso por su
facilidad para aprender lenguas indígenas: “Además de la eminente virtud y celo
inagotable del padre Barzana, hay que ponderar las muchas lenguas que dominó:
(…) llegó a hablar corridamente hasta trece idiomas -algunos de ellos, muy
recónditos y raros-, y a escribir artes y vocabularios de varios de ellos”
(Bruno). Entre éstas se encuentran la
cacana de Santiago del Estero y la de calchaquíes, que eran bien diferentes
(ibid.).
Todos los autores
coinciden en afirmar lo extremamente difícil de esta lengua: Se la califica de
“revesado Idioma” (Lozano, Hist. Comp., T. 1º, p.16), “sobremanera reservada”
(id.,p.16), “estrañamente dificil” (id.,p.423)… de la que el P. Barzana afirmó
que se trataba de la lengua “mas dificultosa para mí de quantas he aprendido”
(id.,p.83); (Nar-di).
El Padre Lozano lo
califica de “áspero idioma”, “tan gutural que parece no se instituyó para salir
á los labios”, e insiste en que “se forman sus voces en solo el paladar”,
caracterizándolo como “muy gutural, que apenas le percibe quien no le mamó con
la leche” (Nar-di, ibid.).
Agrega Nar-di, del Instituto Nacional de Antropología, que: “Hasta el momento la fuente más importante que explícitamente consigna voces kakanas es el P. Pedro Lozano”. Entre éstas se cuenta “Ahaho”, voz de la que derivan Colalao y Sumalao. También define como cacana la terminación “gasta”: en Salta lo encontramos en Sichagasta, Chuchagasta, Taquigasta, Ampacgasta, etc., y abunda en el resto del NOA.
Agrega Nar-di, del Instituto Nacional de Antropología, que: “Hasta el momento la fuente más importante que explícitamente consigna voces kakanas es el P. Pedro Lozano”. Entre éstas se cuenta “Ahaho”, voz de la que derivan Colalao y Sumalao. También define como cacana la terminación “gasta”: en Salta lo encontramos en Sichagasta, Chuchagasta, Taquigasta, Ampacgasta, etc., y abunda en el resto del NOA.
El citado
estudioso admite la existencia de “por lo menos un dialecto septentrional
(calchaquí) y otro meridional (diaguita) del kakán”.
Lamentablemente,
la invalorable gramática del cacán del P. Barzana, de la que hizo varias copias
el P. Añasco, se extravió. Los lingüistas suspiran por encontrarla, como lo
expresa Rafael Nar-di: “Siempre hemos conservado la ilusión de poder leer
alguna vez los inhallables manuscritos del Padre Alonso de Barzana…”
Para mantener esa
expectativa merece la venerable obra el recuerdo público.
(Algunas obras consultadas: P. Nicolás del
Techo, “Historia de la
Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús”, Cap.
XLIII, Libro primero; Rafael L. J. Nar-di, del Instituto Nacional de
Antropología, “El Kakán, lengua de los diaguitas”; Historia de la Iglesia en la Argentina, Cayetano
Bruno, Ed. Don Bosco, t. I, p. 60; Adán
Quiroga, “Calchaquí”; Carlos Martínez Sarasola, “Nuestros paisanos, los indios”,
Emecé, ed. 2000, pp. 47 y ss.).
7 - Arte
y Vocabulario del Lule y Tonocoté
Admirable
vocabulario y gramática de la lengua lule-tonocoté, presentada como conjunto
lingüístico, obra con propósito
evangelizador y educativo del misionero, maestro, etnógrafo, cartógrafo y
escritor, Padre Antonio Ma-choni (ó
Macioni), de sangre itálica, nacido en Cagliari, Cerdeña, en 1671, y muerto en
Córdoba en 1753, luego de una larga vida misionera en el Tucumán y el Paraguay.
El P. Ma-choni fue
Rector de la Universidad
de Córdoba (primera universidad argentina, fundada por el Obispo Trejo y la Compañía de Jesús), y en
1737 ocupó igual cargo en el Colegio Máximo de Salta. Dos años después era
designado Provincial, principal autoridad de la Provincia Jesuítica
del Paraguay, que comprendía territorio argentino, paraguayo y riograndense.
Participó de la
expedición al Gran Chaco del Gobernador del Tucumán Esteban Urízar de
Arespacochaga, y en 1711, al fundarse sobre el Río Pasaje (Juramento) la
primera reducción de indios lules -San
Antonio de Balbuena-, fue su doctrinero, estableciendo él mismo, poco después,
otra reducción -San Estaban de Miraflores-, más hacia el oeste, sobre el mismo
río.
En su labor
misionera en el Chaco y el Tucumán estuvo en contacto permanente con los indígenas cuya lengua, vida y costumbres
estudió con dedicación, pudiendo así componer el Arte y Vocabulario de la lengua lule y tonocoté, obra que
felizmente se conserva, y que fue elogiada por lingüistas y etnólogos como
Samuel Lafone Quevedo y otros. También es autor de dos mapas de las misiones
jesuíticas y de otras obras.
El P. Machoni
relata que la lengua que documentó en su Arte era hablada por cinco etnias:
tonocotés, lules, ysistinés, toquistinés
y oristinés. Los más numerosos eran los tonocotés. Al parecer, los lules la
hablaban o entendían. Ambos pueblos eran
parte de la población indígena del Chaco, Salta, Santiago del Estero y
Tucumán -donde se encuentra la población
denominada Lules. Eran vecinos de los diaguitas, que se encontraban al oeste,
en la dilatada región.
Más de un siglo
antes de que el P. Ma-choni compusiera su Arte
y Vocabulario, el P. Barzana se refería al conocimiento que habían
adquirido del tonocoté, sin el cual “en este pueblo de Matará no hiciéramos
nada, y con ella y con la diligencia que Dios da al Padre Añasco (…) se alegra
el cielo” por “el fervor y cuidado” con que “acuden chicos y grandes a saber la
doctrina toda en su lengua, y a los sermones que en ella se les predican, y es
cosa de grandísimo contento…” (ver biografía Padre Añasco).
(Ver bibliografía citada en las biografías
de los PP. Añasco y Barzana y en “Arte y vocabulario del Lule y Tonocoté”).
Investigación histórica a cargo de los Profesores Luis María Mesquita Errea y Elena Beatriz Brizuela y Doria de Mesquita E.
Salta - La Rioja - NOA - Año de Gracia 2011
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