LUCES DORADAS del TUCUMAN

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lunes, noviembre 28, 2005

La copa de Atahualpa e Isabel la Católica -
Reflexiones en el 501º aniversario de la muerte de

la gran Reina Católica

Seguramente mucho se discutirá hasta que se logre elaborar una visión completa de la Conquista y todo el proceso histórico de América -que en sus líneas generales han explicitado pensadores e investigadores de valor, especialmente católicos.
En el 501º aniversario de la muerte de nuestra admirada y venerada Isabel la Católica (26 de noviembre de 1504), un capítulo de la historia de los Incas me sugiere una reflexión. Llamó la atención de los conquistadores un cráneo con una bombilla de oro, que tenía Atahualpa (el Inca que desplazó al soberano legítimo -su hermano Huáscar- y lo hizo matar ; quien a su vez fue vencido por Francisco Pizarro y ajusticiado por los conquistadores).
Preguntado por tan extraña pieza, les contestó: que era el cráneo de un hermano suyo, que se había jactado de que algún día usaría de vaso la calavera de Atahualpa. En venganza, éste le hizo a su hermano lo que aquél quería hacerle. Y enfatizando lo dicho, se hizo servir en él cerveza de maíz, y tomó en presencia de los españoles.
Sabemos que éstos, a pesar de ser cristianos, cometieron muchos actos reprobables. Menos habitual es recordar que también hicieron muchos actos admirables de virtud, coraje y aún santidad, y fundaron una civilización nueva para todos los habitantes de América. Pero ¿cómo no sentir una diferencia abismal entre ambas mentalidades y culturas, aunque la escuela de Levi-Strauss y lo "culturalmente correcto" sostengan el absurdo de que todas las culturas son iguales?
Lo reprobable que hicieron los españoles está en contradicción con la Fe que profesaban, con la Ley de Dios. En muchos casos, sus injusticias con los indígenas les fueron reprobadas por misioneros, vecinos y autoridades, y las pagaron por la justicia real, y en muchos otros, les tocó una muerte violenta, como al propio Pizarro, que murió haciendo con su propia sangre la señal de la cruz en el suelo...
La escena de Atahualpa nos pinta toda una mentalidad, una cultura, radicalmente distinta de la nuestra, a pesar de que nos digan que ésas son nuestras raíces, y que con lo hispano y europeo no tenemos nada que ver. Cultura para la que no tiene nada de anormal ni matar a un hermano ni -cosa inimaginable- hacer de su cabeza una copa y usarla. Como tampoco lo tenía enterrar viva a una hija para obtener de las divinidades andinas la conservación de un cargo, como hizo el curaca de Ocros con su hija, Tanta Carhua (cf. investigaciones del arqueólogo Schobinger).
Así, el establecimiento de la Civilización Cristiana, debido especialmente a la gran Isabel, marca un cambio tan profundo para mejor que es imposible no verlo.
No significó establecer el paraíso en la tierra, algo imposible; pero sí un gran alivio y motivos reales de esperanza natural y sobrenatural para las víctimas de tantas cosas terribles que constituían la vida cotidiana de los pueblos prehispánicos, en particular en los dos grandes imperios, el incaico y el azteca o mexica. Signados ambos por un fatalismo religioso que marcaba la existencia con la desesperanza. Se consideraba en Méjico que, después de la muerte, la mayoría de los hombres iban a parar al terrible Mictlán, donde los "descarnados" eran aniquilados total y definitivamente, al cabo de 4 años; o que los nacidos en la clase baja se condenaban por ese solo hecho, en el Perú de los "Hijos del Sol".
Era propio de los Incas masacrar tribus enteras (Ibarra Grasso habla de miles y miles de personas), entrar en Cuzco luego de las campañas militares enarbolando las cabezas de los enemigos en las picas, tocando tambores hechos con la piel de los enemigos vencidos. Estos tambores seguían la forma humana del difunto, dando el aspecto de que la víctima iba golpeando su propio estómago. Quien lo refiere es un conocido investigador, enemigo de la Conquista, Alfred Métraux, en su difundida obra sobre los Incas.
La tribu de los Chancas, vencida por el primer Inca histórico, Pachacuti, le proveyó a éste una legión de admirable coraje, que lo sirvió fiel y excelentemente en las guerras contra sus enemigos. A pesar de ello, fueron eliminados sin piedad por orden del Inca, so pretexto de haberse excedido en la misión... Otra costumbre incaica afín era armar collares con los dientes de los enemigos. La niñez no significaba nada, ningún motivo de especial protección y consideración -algo inconcebible para nosotros- : el Inca masacró a 15.000 niños cañaris que iban a pedir piedad para su pueblo (cf. "Descripción del Perú...", de fray Reginaldo de Lizárraga). Contrasta con los españoles atacados por flechería en los bosques de Santiago, que al descubrir que los atacantes eran niños, los abrazaron afectuosamente, lo que contribuyó al acercamiento mutuo, como refiere Gregorio Funes.
Algunos pensarán que es un poco amargo acordarse de costumbres aberrantes, pero es importante, para extraer las lecciones de la Historia. Y alegrarse de que providencialmente ese estado de cosas haya tocado a su fin -aunque algunos proclamen, con sospechoso apoyo publicitario, que es "día de luto" el 12 de octubre...
Tales costumbres no eran consideradas por la sociedad incaica infidelidades, ni pecados, ni excesos, que la propia cultura y Fe reprobaba. Era el pan de cada día de una cultura encerrada en su paganismo, sin perspectivas de cambio, sin voces que se alzaran en defensa de los débiles, como ocurrió incontables veces en favor de los indios en Hispanoamérica.
Cosas iguales o aun peores a las comentadas abundan en gran parte de las culturas indígenas.
La civilización cristiana fundada por Isabel de Castilla, nuestra Isabel de Hispanoamérica -pues nos hizo nacer a los iberoamericanos a la Cristiandad -, en la gesta civilizadora y evangelizadora de España y Portugal, trajo un horizonte cristiano, y por tanto mucho más humano, en que tales excesos desaparecieron radicalmente. Los males sociales que hubo fueron por vía de excesos con respecto a las instituciones de la época, como abusos de encomenderos y de malos gobernantes; y acompañados por muchos bienes; no cesaron los pecados, las injusticias, las infidelidades, que son propias del ser humano. Pero un nuevo horizonte lleno de promesas brilló sobre América realizando una civilización nueva, auténtica y cristianamente grandiosa.
En el aniversario de su cristianísima muerte, elevamos nuestra oración por ISABEL la CATOLICA y le expresamos nuestro entusiamado agradecimiento.
Cordialmente,
Luis Mesquita Errea