Evangelizadores y civilizadores en Argentina - I
Autores:
Prof. Luis María
Mesquita Errea
Prof. Elena B.
Brizuela y Doria de Mesquita E.
– Año de Gracia 2011
Salta – La Rioja - NOA
FIGURAS HISTORICAS
MISIONERAS QUE MERECEN SER EVOCADAS
Nombres de
Avenidas:
1.
San Francisco Solano
2.
San Roque González
Nombres de Calles:
3.
San Alonso Rodriguez
4.
San Juan del
Castillo
5.
P. Pedro Ortiz de
Zárate
6.
P. Juan Antonio
Solinas
7.
P. Doménico Zípoli
8.
Misiones de
Chiquitos
9.
P. José de Arce
10.
P. Juan Mesner
11.
P. Ignacio de la Zerda
12.
P. Antonio Torino
13.
P. Nicolás Mascardi
14.
P. Julián de Lizardi
15.
P. Pedro de Añasco
16.
Cacique Paykin
17.
P. Alonso de Barzana
18.
Melchor Maldonado de
Saavedra
19.
Leonor de Tejeda
20.
Mama Antula
21.
Cacique Manqueunai
22.
Tinkunaco
Areas Verdes:
Plaza “Socotonio
de Talavera”
1. Rincón de las Pavas
2. San Roque Gonzalez
3. Martin Schmid
4. Rincón del Pecarí
5. Gaspar de Monroy
6. Arte y Vocabulario del Cacán
7. Arte y Vocabulario del Lule y Tonocoté
FUNDAMENTACION –
Dado el hondo
arraigo popular de las tradiciones cristianas en Salta, deseamos valernos del
rol educativo que de por sí tienen los nombres de calles y sitios públicos para
hacer una contribución a la cultura de nuestro pueblo y darle un atractivo
extra, evocando principalmente nombres de héroes, misioneros y evangelizadores
de uno y otro sexo, de origen español, criollo o indígena, como también de
lugares y hechos históricos relevantes, complementados por nombres que evocan
valores, tradiciones o animales, típicos y de nombres sugestivos, de nuestro
suelo.
Nombres de Avenidas:
1 - San
Francisco Solano
Este gran
misionero franciscano nacido en Montilla, España, es conocido como “El Apóstol
de América” por su gran obra evangelizadora y civilizadora, que se desarrolló
principalmente en el Perú y la
Argentina, proyectándose a países limítrofes de modo
sorprendente en relación a los medios de la época, a pie, o a lomo de mula.
Su labor misionera
en el país tuvo como teatro principal esta región Noroeste, que en el siglo XVI
y durante mucho tiempo fue conocida como “el Tucumán”. Fue la primera
gobernación o provincia argentina, donde tuvo su sede el primer Obispado, y por
todo lo que eso significó en materia político-administrativa, educacional,
cultural, religiosa y formativa es considerada la matriz cultural argentina.
Desde el Tucumán,
al que llegó en 1590, permaneciendo varios años, San Francisco Solano logró
misionar, en las dos etapas de su accionar (como Cura, primeramente, y luego
como Prelado Custodio de la Orden
Franciscana), en el Chaco (del que fue no sólo su primer
Apóstol sino el primer europeo o uno de los primeros en recorrerlo), pasando de
allí a Corrientes y Paraguay; a Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba, reingresando
al Tucumán, principal terreno de su labor.
Fundó numerosos
pueblos de indios o reducciones, donde con amor y sacrificio logró ganarse los
corazones de los naturales y aprender sus idiomas, pudiendo entrar en pueblos
inaccesibles con gran peligro de su vida, enseñándoles la Fe cristiana y buenos hábitos
de vida sedentaria y laboriosa, de la que pudieran sustentarse y progresar
espiritual y materialmente.
Participó de
hechos trascendentes en la historia del Norte, como la conversión de 9.000
indios diaguitas en La Rioja. La tradición histórica y
declaraciones de testigos de la importancia del Oidor Alfaro (1628), le atribuyen haber hecho surgir en momentos
de necesidad vertientes de agua que fueron de gran utilidad para la vida y el
laboreo de la tierra. Entre las más famosas se encuentra la que desde el siglo
XVII lleva el nombre de “fuente del Santo Solano” (nótese su fama de santidad),
en el pueblo de El Galpón (Depto. Metán), del cual es Patrono.
En la misma
región, que tenía como marco las costas del Rìo Salado y la desaparecida ciudad
de Talavera de Esteco, fundó un centro evangelizador conocido como Socotonio de Talavera. Allí consta por
testigos que logró en tiempos sorprendentemente breves (15 días) aprender
cumplidamente la dificilísima lengua tonocoté, que le permitió evangelizar a
esta etnia, a los lules y a otros, pues se le atribuye “don de lenguas” o
capacidad de ser entendido por personas de otras hablas. En Socotonio de
Talavera fundó ‘una cristiandad de 50 pueblos de indios’, que le permitió más
tarde a los misioneros jesuitas, como el Padre Alonso de Barzana, proseguir la
obra evangelizadora.
San Francisco
Solano es considerando un gran taumaturgo, que obró curas y otras acciones
prodigiosas. Se le atribuyen visiones de hechos que ocurrían en el momento,
pero fuera de su alcance, y diversas profecías, inclusive relativas al
terremoto que destruyó Esteco y dio lugar a El Milagro de Salta, 100 años
después.
Recibió los
siguientes títulos: Vice-Patrono de América – Patrono del Folklore Argentino –
Apóstol de América –
En su honor se
celebra, en el día de su festividad, 24 de julio, el Día de la Evangelización en
América.
“La huella de este
gran santo andariego fue seguida más tarde por aquellos celosos misioneros
dominicos, jesuitas y franciscanos que sembraron la verdad evangélica en el
vasto y antiguo territorio tucumano” (Fr. Justo Fernández Alvarez, O.P., “Un
Monasterio y un Alma”, 1940, p. 20).
(Algunas obras consultadas: Fray Antonio
Santa Clara Córdoba, O.F.M., “El Apóstol Misionero San Francisco Solano”, Ed.
Poblet, Luis Plandolit, OFM, “El Apóstol de América”, que transcribe numerosos
testimonios de su proceso de canonización, Fray Contardo Miglioranza, “San
Francisco Solano…”, Cayetano Bruno, SDB, “Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”).
2 - San Roque González
Figura principal
de los “Mártires del Río de la
Plata”, junto a San Alonso Rodríguez y San Juan del Castillo,
religiosos jesuitas que cursaron
estudios superiores en la
Compañía de Jesús, en Córdoba.
Nació en Asunción
del Paraguay, de familias principales, donde de joven soñaba con proezas
evangelizadoras y riesgosas. Fue atraído al sacerdocio por el primer Obispo
criollo del Tucumán, fray Hernando de Trejo y Sanabria. Ya sacerdote ingresó en
la Compañía
de Jesús como religioso. En breve comenzó su asombrosa obra misionera. Hizo
surgir la reducción de Santa María de los Reyes de indios guaycurúes, cerca de
Asunción, y luego se internó por las selvas recorriendo pueblos hasta dar con
parajes adecuados para fundar misiones, en los que permanecía viviendo en
precarias chozas y sufriendo privaciones.
En la orilla
argentina del Paraná, cerca de Posadas, fundó la reducción de Nuestra Señora de
la Encarnación
de Itapuá, el 25 de marzo de 1615.
En 1619 se lanzó a
la evangelización de las márgenes del río Uruguay, con muy buen suceso,
fundando Nuestra Señora de la
Concepción, San Nicolás del Pirantiní –que reunió a 500
familias- y otras, entre las que se encuentra Nuestra Señora de los Reyes de
Yapeyú –donde nacería, en 1778, el Gral. José de San Martín.
Luego fundó la
reducción de Asunción de Yjuhí (en el actual Rio Grande do Sul), tratando de
contrarrestar la acción del famoso hechicero Ñezú, que pretendía ser tratado
como dios por los guaraníes, y Todos los Santos del Caaró.
El 15 de noviembre
de 1628, luego de entregar a los indígenas 200 instrumentos de labranza,
ocurrió su martirio. Azuzados por Ñezú, el cacique hechicero Carupé y su gente
atacaron a golpes de “itaizé”, porra provista de una piedra enhastada, al Padre
Roque González y Alonso Rodríguez, quemando sus despojos en la iglesia saqueada
por los indígenas. En la ocasión fue destruido un cuadro de la Virgen que siempre lo
acompañaba, “que quiso ser compañera del padre Roque a pérdida y a ganancia”.
Al día siguiente
fueron los indios al lugar del martirio, relatando que oyeron “clara y
distintamente” la voz del Padre Roque que parecía salir de su corazón, salvado
del incendio, censurándoles su crimen.
Dos días después,
el 17 de noviembre, en la reducción del Yjuhí, el padre Juan del Castillo fue
arrastrado por medio del monte, pedregales, lodazales y un arroyo a lo largo de
tres cuartos de legua, dándole grandes golpes y dejando sangre y partes de su
cuerpo por las piedras, echándole finalmente en la cabeza una piedra grande.
Los tres
misioneros mártires fueron canonizados por Juan Pablo II el 16 de mayo de 1988.
(Ver de Cayetano Bruno, “Historia de la Iglesia en Argentina” y
“Apóstoles de la cuenca del Plata”; Nicolás del Techo, “Historia…”)
Nombres de Calles:
3 - San
Alonso Rodríguez
Natural de Zamora,
España, nacido alrededor de 1598, pasó a Córdoba del Tucumán, donde cursó
filosofía y teología. Ordenado de sacerdote jesuita entre 1623 y 1624, estrenó
su apostolado misional en las reducciones de Guaycurúes e Itapuá, de donde lo
invitó el Padre Roque González a acompañarlo en sus últimas fundaciones. Fueron
martirizados juntos el 15 de noviembre de 1628 en la reducción de Todos los Santos
del Caaró.
(Ver: Cayetano Bruno, “Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”).
4 - San
Juan del Castillo
Nació en Belmonte,
España, el 14 de septiembre de 1596. Estudió Leyes en Alcalá, hizo el noviciado
en Madrid, estuvo en el Colegio de Huete y el 2 de noviembre de 1616 zarpó para
América en la expedición del padre Juan de Viana. En Córdoba hizo los estudios
de filosofía y teología, con un intervalo de enseñanza en Chile. Fue ordenado
sacerdote jesuita por el año de 1625. Estuvo en la reducción de San Nicolás
antes de llegar a la reducción del Yjuhí, donde recibió el martirio el 17 de
noviembre de 1628.
(Ver: Cayetano Bruno, “Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”).
5 - P.
Pedro Ortiz de Zárate
6 - P.
Juan Antonio Solinas
“El jujeño padre Ortiz de Zárate constituye
por su santidad y heroísmo una de las figuras sobresalientes del Tucumán de
entonces. Con él empareja en virtud y celo su compañero de misión y martirio,
el padre Solinas…” (Cayetano Bruno).
Nació el primero
en Jujuy en 1623, siendo nieto del fundador de la ciudad precursora de San
Salvador, la desaparecida San Francisco de Alava. Fue casado y tuvo dos hijos.
Al enviudar, luego de tres años de estudio, se ordenó de sacerdote, comenzando
su acción pastoral en el curato de Humahuaca, Cochinoca y Casabindo, pasando
luego a Jujuy, sirviendo veintitrés años.
Allí lo encontró
el Obispo Ulloa, describiéndolo como “…sacerdote venerable y anciano, gran
cura, celosísimo de la honra de Dios, gran queredor
de los indios y favorecedor de ellos”.
Con sus rentas
sostenía a clérigos pobres y traía músicos del Perú para elevar la cultura de
su pueblo. Causaba admiración su vida austera luego de una juventud “entre
blanduras y regalos”. Asistía “con paternal cariño a los enfermos,
especialmente a los pobres indios, como más desamparados”.
Del Padre Solinas
refiere el Padre M a c h o n i que había
nacido en Cerdeña, en 1643, encontrándose en 1663 como novicio de la Compañía de Jesús. “No blandeó consigo mismo en sus años de formación”,
durmiendo en cama dura, acostumbrándose a disciplinas y ayunos. Ordenado
sacerdote en 1673, pasó ocho años misionando en el Paraná y el Uruguay.
En el Gran Chaco
–región que incluía parte de nuestra provincia- habitaban muchos indígenas las
riberas del Colorado o Bermejo, por la abundancia de pescado. Gran parte de las
tribus (chiriguanos, tobas, mocobíes, vilelas, abipones y otros) “se sustentan
de carne humana”, escribía en su carta anua el jesuita Tomás Dombidas.
Eran refractarios
a la evangelización y asolaban las ciudades y pueblos. Considerando el Rey que
era conveniente darles un escarmiento para resguardar las poblaciones y
ciudades de cristianos, algunos quisieron probar si con la suavidad del
Evangelio se podía lograr su salvación: éstos fueron los Padres Ortiz de Zárate
y Solinas.
El primero se
había ofrecido a costear a seis misioneros jesuitas para intentar la
evangelización de los bravos chiriguanos, que por entonces eran amigos de los
españoles y pedían maestros evangelizadores.
Pidió escolta para
seguridad de la expedición al Presidente de la Audiencia de Charcas, y
luego al Gobernador del Tucumán, Mendoza Mate de Luna, ante la vecindad de
tobas y mocobíes, con fama de ser “gente bárbara, voracísima de carne humana”.
Trazó un buen plan de acción para entrar por el valle de Zenta y comunicarse
con los chiriguanos de Tarija, con la expectativa de que ayudarían a
evangelizar a los chaqueños.
Con sostenido y
amplio apoyo de las autoridades y de los cabildos de Salta y Jujuy, que establecieron
campamento en las fronteras del Gran Chaco para auxiliarlos, partió la
expedición misionera. Antes de partir, conociendo los peligros que lo
esperaban, el Lic. Ortiz de Zárate ofreció toda su hacienda y su persona “hasta
morir” por la enseñanza de los aborígenes. Llegaron al Valle de Zenta ocupando
el ruinoso fuerte de Ledesma, con la intención de ampararse y poder trabajar.
A algunas leguas
se fundó el fuerte de San Rafael como refugio y centro evangelizador.
Comenzaron la
evangelización de los indios ojotas, taños y tobas. Más de cuatrocientas
familias acudieron en pocos meses amistosamente, y otras les prometían
reducirse pronto.
En Salta, el
sargento Mayor Arias Velásquez se aprestaba a llevar junto con el Padre Diego
Ruiz, misionero, los socorros provistos por los vecinos en cabildo abierto.
Pero ya antes de llegar al Chaco “se conocía en el Tucumán la catástrofe de
Santa María de Jujuy”…
Ambos padres,
Ortiz de Zárate y Solinas, y veintitrés personas, en su mayoría indígenas,
habían salido al encuentro de la expedición salteña. Habían fijado sus tiendas
en la capilla de Santa María Reina de los Angeles, recientemente construida por
ellos. Habiéndose alejado de la misma unas jornadas, al volver encontraron a
quinientos indios armados (mocobíes y tobas).
Les dijeron que
“venían a dar la paz”. Los padres mostraron creerles y los agasajaron con
comida, ropa y otros regalos, agradeciendo con afecto las muestras de amistad
fingidas de los naturales, que se habían alojado en cerco, rodeando la capilla
por todas partes.
Estando el Padre
Ortiz de Zárate repartiéndoles ovejas, vacas y otras cosas aptas para
atraerlos, momentos antes de comer, cayó un grupo de indígenas sobre ambos
sacerdotes dándoles muchos golpes con sus macanas y atravesándolos con lanzas,
matando luego a dieciocho cristianos, “quitándoles las cabezas y llevándoselas
para sus borracheras”.
Rescatados sus
huesos fueron enterrados dignamente, en la Iglesia parroquial de Jujuy, los del Padre Ortiz
de Zárate, y en la de la
Compañía de Jesús, en Salta, los del Padre Solinas.
Se encuentra aún
pendiente su “beatificación e inclusión en el martirologio romano”, pedidas
tiempo después de su martirio por la población.
(Ver: Cayetano Bruno, “Apóstoles de la Cuenca del Plata”,
“Historia de la Iglesia
en Argentina”)
7 - Hno.
Doménico Zípoli
Hermano jesuita
compositor nacido en Prato, Italia, en 1688, murió en Córdoba, Argentina, en
1726. Sus restos descansan en la antigua iglesia jesuítica de Santa Catalina,
en las sierras de Córdoba.
Fue alumno de Scarlatti
y de otros conocidos músicos italianos. En Roma se distinguió como organista de
la “Chiesa del Gesú”, contándose entre los creadores y artistas considerados
por el exigente público. Entonces compuso sus primeras obras, entre las que
destaca Sonate d'Intavolatura.
Al llegar el año
1716 su vida toma un rumbo nuevo. “Convertido en un músico consagrado, deja
bruscamente todo para ingresar en Sevilla como novicio de la Compañía de Jesús” (cf.
Lucía Gálvez, “Vida cotidiana – Guaraníes y Jesuitas – De la tierra sin Mal al
Paraíso”, Ed. Sudamericana, pp. 322 y ss.).
Atraído por la
fama artística de las misiones jesuíticas y sintiendo el llamado a emplear sus
grandes condiciones para hacer un aporte original a la evangelización por medio
de la música, viajó a Córdoba (Argentina), donde completó sus estudios de
Teología y Filosofía, aunque, por faltar momentáneamente el Obispo, no pudo ser
consagrado sacerdote.
En aquel gran
centro de la Provincia Jesuítica
del Paraguay permaneció casi nueve años, hasta su muerte, “…enseñando y
escribiendo música con un objetivo especial: componer para los indígenas de las
misiones”.
La música era
parte esencial de la vida cotidiana. Los indios iban a trabajar al son de
flautas y cajas, llevando en andas las imágenes de sus santos patronos: “así,
en una especie de procesión, con sus azadas al hombro, iban y volvían de las
sementeras ‘con su santo, tamboriles y flautas’, que no cesaban de tocar
durante el trabajo. También en sus viajes iban acompañados por los músicos
consabidos”.
“A mediados del
siglo XVIII se expandió por todos los pueblos la influencia de Zípoli, el más
grande compositor jesuita que, si bien no viajó a las reducciones, estuvo
presente en ellas a través de sus misas y sus distintas composiciones corales,
muchas de las cuales han llegado hasta nosotros conservadas en las misiones de
los indios Chiquitos del Alto Perú. Su influencia se hizo sentir a través de
sus discípulos guaraníes, que estudiaron con él en Córdoba y llegaron a ser
maestros organistas en las misiones… En la reducción de Santiago, en el
Paraguay, el párroco manda ‘que se aprendan y ejerciten en la música del
hermano Zípoli’ “(cf. Lucía Gálvez, o.c.).
Es el músico más
célebre de los que trabajaron para las misiones. Su obra, que en su etapa
europea muestra una admirable técnica barroca, tuvo la genialidad de adaptarse
a las necesidades de la música mestiza de las poblaciones formadas por la Compañía de Jesús. Las
obras musicales que componía eran enviadas a la treintena de pueblos de las
Reducciones.
Entre las más
representativas se cuenta la
Misa Zipoli, las Vísperas Solemnes y los himnos Ave María
Stella, O Gloriosa Virginum y Tantum ergo Sacramentum.
Desafortunadamente,
parte de su repertorio se perdió tras el abrupto y malhadado final de las misiones
en 1767.
A partir de los
años 1940, diversos estudiosos ibero- y norte-americanos investigaron y dieron
el debido realce a su figura, comenzando por demostrar que era el mismo
compositor y músico conocido en Roma, y buscando descubrir -con éxito- sus obras
en Potosí, Moxos y otras sedes a las que llegó esta original cultura
europea-indígena.
El mayor hallazgo
se dio en las antiguas reducciones de San Rafael y Santa Ana, en la Chiquitanía, en el
Oriente boliviano –unos 2.500 folios que hoy integran el Archivo Musical de
Chiquitos, que incluyen dos misas, salmos, himnos, antífonas, y otras
maravillas.
Su obra comenzó a
editarse y “fue recuperada íntegramente en conciertos organizados en Córdoba
argentina en 1988, en homenaje al centenario del compositor”. En esa ciudad
existe la Escuela
de Niños Cantores llamada Domingo Zípoli en merecido homenaje al brillante
compositor.
(Con base en las historias del P. Nicolás
del Techo, del P. Juan P. Fernández, la obra citada de Lucía Gálvez e
información recogida de Wikipedia, del sitio Biografías y vidas, de la Escuela Domingo Zípoli y otros
portales de Internet).
8 - Misiones
de Chiquitos
Las misiones
jesuíticas de Chiquitos se encuentran en el Departamento Santa Cruz de la Sierra (Bolivia). Fueron
fundadas como "reducciones de indios" por misioneros de la Compañía de Jesús en los
ss. XVII y XVIII con el objeto de convertir los naturales al Catolicismo. El
estilo único y original de las iglesias combinaba elementos europeos e
indígenas. La música y la arquitectura animaban el proceso evangelizador.
Las misiones eran
autosuficientes y prósperas por su buena organización y esfuerzo productivo, y
mantenían cierta autonomía respecto de la corona española favorecida por la
gran distancia. Albergaban normalmente poblaciones de dos a cuatro mil
naturales (que podían llegar al doble en ciertos casos). Sus habitantes eran libres y se encontraban
al abrigo de los esclavistas mamelucos, y exentos del sistema de encomiendas
que, en los comienzos, fue la base de sustentación de las ciudades
hispanoamericanas.
Mientras que en
países vecinos las reducciones fueron abandonadas luego de la expulsión de los
jesuitas (1767), las de Chiquitos se mantuvieron habitadas, y esto les da un
carácter único. El vivo interés que despiertan se tradujo en obras de
restauración y celebración de atractivos eventos culturales internacionales.
Varias están en
una zona casi inaccesible del Gran Chaco, en el Depto. Sta. Cruz, entre los
ríos Guapay y Paraguay. Allí había más de 40 diferentes etnias de Indios
Chiquitanos, que se fueron fusionando al soplo de la obra misional. Sirvieron
para agrupar las poblaciones, frecuentemente nómades y dispersas, y poderlas
evangelizar.
Con el Gobernador
de Santa Cruz de la Sierra,
Agustín Gutiérrez de Arce, la evangelización
iniciada por franciscanos y jesuitas cobró nuevo impulso desde fines del siglo
XVII. Entre 1691 y 1760 se fundaron once reducciones a pesar de conflictos,
guerras, invasiones de los esclavistas, epidemias y otras grandes dificultades.
La primera fue San Francisco Xavier, fundada por el Padre Joseph de Arce (ver
biografía).
Entre 1701 y 1714,
la Guerra de
Sucesión española incidió negativamente. Por ese entonces, la de San Rafael
contaba con 2.615 habitantes.
Objetivo
primordial de los apóstoles de la
Compañía era encontrar una ruta directa para unir las
misiones chiquitanas y las guaraníes, que permitiera obviar la del Tucumán y
Tarija. Las nuevas fundaciones se fueron ubicando hacia el Río Paraguay para
evitar el Chaco, los pantanos de la laguna de Xarayes y la hostilidad de
Payaguás y Guaycurúes. Los PP. Arce y Blende sufrieron el martirio en el curso
de estas exploraciones, y aunque el primero tuvo la alegría de hallarlo con
grandes penurias, poco se lo pudo utilizar.
Pese a todas las
dificultades, entre 1720 y 1820 la población de la Chiquitanía se
incrementó de 8.000 a
24.000 almas.
El Tratado de
Familia llevó a la entrega de siete pueblos jesuíticos guaraníes a Portugal,
considerado por los nativos un tradicional enemigo, lo que condujo a la Guerra Guaranítica.
Se acusó a los jesuitas de apoyar a los indígenas, de complotar contra la vida
del Rey de Portugal, y de fomentar un motín en España. Se preparaba así el
terreno para su expulsión, decretada en 1767.
Por entonces atendían a 24.000 indios en las diez misiones de la Chiquitanía, y
mantenían 25 estancias que donde se criaba 31.700 cabezas de ganado y 850
caballos. Las bibliotecas de las misiones tenían la importante cantidad de
2.094 libros.
La necesidad de
conservar esa barrera fronteriza llevó a las autoridades virreinales a combinar
con el Obispo cruceño la organización de un sistema administrativo similar al
anterior, con dos sacerdotes seculares a cargo de cada misión (uno encargado de
lo religioso, el otro de lo administrativo y político). La falta de sacerdotes,
el envío de seminaristas, los doctrinantes que desconocían el idioma indígena,
sumado a la salida de los hijos de San Ignacio, hizo decaer a las misiones. Los
indios comenzaron a ejercer el comercio. Al parecer hubo sacerdotes que
administraron mal los ingresos y fomentaron el contrabando con los portugueses.
La población se
redujo, pero los pobladores mantuvieron las iglesias y construyeron la de Santa
Ana. Los indígenas –de acuerdo a ciertos autores- habrían preservado el legado
jesuítico por el recuerdo de la prosperidad pasada, para mantener la fusión
étnica y la unidad lingüística, y por el deseo de ser tenidos como civilizados
por los blancos y mestizos. Pero sin el amor a ese legado y la Fe cristiana no se explica esta
perduración.
En 1790 la Audiencia de Charcas
nombró funcionarios civiles en lugar de los sacerdotes, y la economía de las
misiones mejoró.
Seis décadas
después de la expulsión, d’Orbigny constató que las iglesias seguían siendo
activos centros de culto, y retrató la continuidad de trazos de vida cotidiana
tradicional. La música religiosa de San Javier le pareció mejor aún que la de
las ciudades altoperuanas. Más tarde, el Conde de Castelnau quedó impactado por
Santa Ana y sus jardines.
A mediados del
siglo XIX, el estilo de vida de reducción había desaparecido. Los mestizos
venidos en busca de tierras superaban en número a los aborígenes locales. La Chiquitanía fue
dividida en partes en 1880; luego vino el auge de la goma que atrajo a más
pobladores; se fundaron haciendas; la vida de los Chiquitos se dislocó hacia el
campo.
Entre las figuras
que sobresalieron en la arquitectura chiquitana de mediados del siglo XVIII se
destacan las figuras del P. Martin
Schmid, que volcó sus grandes dotes artísticas y musicales en la formación de
los naturales, y del P. Johann Mesner.
Contribuyó a la
preservación de las reducciones el que los lugares para las fundaciones se
eligieran en base a sabios criterios: debían contar con abundante madera para
construcción, agua, buenos suelos para cultivar y amparo contra las crecientes.
Las plazas, con
sus elegantes palmeras de rico simbolismo, eran lugares de reunión para
ceremonias religiosas y actos cívicos. En el centro se plantaba la gran cruz, y
las capillas ubicadas en sus cuatro esquinas eran vitales en las procesiones.
Las casas eran
espaciosas y contaban con amplias galerías abiertas para protegerse de la
lluvia y los elementos.
Con la
colaboración de la población nativa se edificaban las iglesias, construidas con
sistemas originales en tamaño monumental, dotadas de naves de 20 x 60 metros que albergaban
a más de 3.000 fieles. Se empleaban
cientos de carpinteros indígenas.
Eran el alma y
centro religioso, educativo y cultural de la misión. Las paredes eran revocadas
con ingeniosas mezclas de barro, paja, limo y arena, base para coloridas
pinturas iluminadas por la luz que se filtraba por los ojos de buey, que
realzaban su esplendor. Había delicadas piezas de arte con notas de rusticidad
de impronta aborigen.
A la entrada se
grababan lemas inspiradores como “Casa de Dios y puerta del Cielo” (muy del
gusto del P. Schmid). Para alimentar el ansia del paraíso celestial y acentuar
su carácter de morada divina se idearon altares recubiertos de oro y una rica
decoración. Sumado a la música sacra del barroco mestizo, se creaba un ambiente
que elevaba las almas contemplativas y amantes del misterio de los indios.
En tiempos
recientes, las iglesias fueron restauradas por obra del arquitecto jesuita P.
Hans Roth (de 1972 a
1999), con apoyo de organismos nacionales e internacionales.
Las «Misiones
jesuíticas del Chiquitos» fueron declaradas en 1990 “Patrimonio de la Humanidad” por la Unesco.
Tanto las
autoridades bolivianas como organizaciones sin fines de lucro promueven el
Festival de Música Renacentista y Barroca de Chiquitos, al que asisten decenas
de miles de entusiastas de este histórico y significativo acervo musical y
cultural, que hace sentir su presencia en toda América y nos recuerda otros modos de vivir.
(Información recogida principalmente de
“Jesuit Missions of the Chiquitos”, con cita de: "Jesuit Missions of the
Chiquitos" (PDF). Advisory Body Evaluation No. 529. UNESCO; Lasso Varela, Isidro José , Influencias del cristianismo entre los
Chiquitanos desde la llegada de los Españoles hasta la expulsión de los
Jesuitas. Departamento de Historia Moderna, Universidad Nacional de Educación a
Distancia UNED; Roth, Hans. "Events that happened at that time".
Chiquitos: Misiones Jesuíticas;
"Chiquitano". Ethnologue. SIL International. "I Congreso
Internacional Chiquitano, 2008". San Ignacio de Velasco. "Provincia Boliviana de la Compañia de Jesús" ;
Lippy, Charles H, Robert Choquette and Stafford Poole (1992). Christianity
comes to the Americas: 1492–1776. New York: Paragon House. Groesbeck, Geoffrey
A. P. (2008). "A Brief History of the Jesuit Missions of Chiquitos
(eastern Bolivia)". Jackson, Robert H.. Ethnic Survival and Extinction on
the Mission Frontiers of Spanish America: Cases from the Río de la Plata Region, the
Chiquitos Region of Bolivia, the Coahuila-Texas Frontier, y otros autores)
9 - P.
José de Arce
El Padre Joseph de
Arce SJ (José de Arce y Rojas) nació de padre portugués y madre española, ambos
nobles, en la isla de La Palma,
Canarias (España), el 9 de noviembre de 1651. Gran Apóstol de los Indios
Chiquitos, conforme Jerónimo de Herrera, también lo fue de guaraníes,
chiriguanáes, payaguás y muchos otros. Por su obra con los pueblos del Gran
Chaco, la Chiquitanía
y el Paraguay se lo llama “pacificador de tribus”.
Llega a Buenos
Aires en 1674, luego de pasar por los claustros universitarios de Salamanca,
graduado de Filosofía y Artes. Termina los estudios de Teología en la Universidad de Córdoba
(Argentina), que lo tiene un año como Catedrático, y es ordenado sacerdote en
1677. Su presencia llama la atención “con grande ejemplo de edificación”; daba
gusto mirarle y “admirar su silencio, recogimiento y compostura exterior y una
modesta alegría que manifestaba en su rostro el espíritu del Señor, de que
estaba lleno su corazón” (Relación historial de las Misiones de Indios
Chiquitos, escrita por el P. Juan Patricio Fernández, SJ, año 1726, ed. Universidad Privada de Santa
Cruz de la Sierra,
comentada por Germán Coimbra Sanz, Santa Cruz, 2004).
Inicia entonces su
prodigiosa tarea evangelizadora de más de cuatro décadas consagradas a hacer el
bien a los naturales, que sellará con su martirio a manos de los payaguás a los
64 años de edad, consumido por viajes, aventuras y privaciones inenarrables,
pero lleno de incansable ánimo.
Aprende “con
excelencia” las lenguas nativas chiquita, chiriguana, payaguá, guaraní y
quichua y se comunica con Piñocas, Tabicas, Taus, Guaycurúes, Tobas y los que
se presenten.
Se dirige al
Pilcomayo y al Bermejo, en cuyas breñas y selvas la vida humana es un
permanente azar. Allí siembra la semilla de la Fe franqueada por la actitud abierta del Cacique
chiriguano Cambichuri.
Busca el contacto
con las tribus gentiles y atrae a la
Fe cristiana a numerosos neófitos, encontrando también
ominosas actitudes amenazadoras: “muchos se le mostraban aficionados y otros le
mostraban mal rostro, señal de lo que maquinaban en su corazón, que era darle
muerte…”
Funda en 1689 el
Colegio Jesuita de Tarija del que será Rector por tres años.
El apoyo de
soldados de Tarija le permite hacer una entrada en la zona del Pilcomayo y
reunir al cacique Tataberiy frente a frente con su mortal enemigo, el cacique
Cambaripa, en las rancherías del primero, logrando inesperadamente las paces
entrambos jefes, los “de mayor nombre y poder de la tierra”, cuya enemistad
familiar estaba sembrando muertes y venganzas en una guerra permanente.
Establece las
primeras reducciones entre los chiriguanos: “Presentación de Nuestra Señora” y
“San Ignacio”.
Una india se echa
a sus pies rogándole que ampare a su hermano, el cacique Tambacurá, de la
justicia que quería hacerle el Gobernador de Santa Cruz, por versiones
calumniosas que había recibido. Su amor al indígena, del que era “escudo y
refugio”, lo lleva a emprender el largo
e incierto viaje, acompañado por el hijo único del cacique Tataberiy, con gran
satisfacción de éste; será un fiel acompañante.
Recorre las
riberas del Para-petí y los cerros de Charaguay, en busca de chiriguanáes y
chanés para misionar.
Llegan luego de
grandes peligros al río Guapay, donde son recibidos “con increíbles finezas”
por los Caciques Mangota y Fayo. Instruye a los pueblos en la Fe y deja los cimientos de
futuras reducciones.
En Santa Cruz de la Sierra se abrirá un nuevo
horizonte. El buen Gobernador le sugiere dirigir sus afanes misioneros a los
indios chiquitos, que en 1690, luego de largos y penosos enfrentamientos con
los españoles cruceños por excesos de ambas partes, han pedido la paz.
Pero la guerra
favorecía los intereses de cierto grupo de malvados, ya que servía de pretexto
para cautivar naturales. Hasta se había
formado una “Compañía” para hacer trata de indígenas. Temían que si el Padre
lograba el “imposible” de convertir a estos naturales tan rebeldes y temibles,
se harían vasallos del Rey de España y quedarían amparados por las leyes, por
lo que movían contra él una oposición sorda y tenaz. Eran “hombres perdidos”,
de varias nacionalidades, españoles, italianos, holandeses…, “la hez de todas las naciones” (cf. Relación
historial, cit.).
Los buenos españoles,
como el Gobernador Agustín de Arce, temían las consecuencias de “romper a las
claras con aquellos mercaderes y alborotar la provincia”. Pero las quejas de
los misioneros abrieron paso a un proceso que culminaría garantizando
plenamente los derechos de los indígenas y el castigo de los esclavistas; con
las rigurosas provisiones del Virrey del Perú, Príncipe de Santo Bono
(1715-1720), el infame trato finalmente desapareció.
En cuanto al Padre
Arce: “…fueron vanas todas las baterías que asestaron contra su designio,
porque cuando este santo varón conocía era voluntad de Dios lo que emprendía,
no había respeto humano, miedo de peligro, ni fuerza de embarazos poderosa á
hacerle dar un paso atrás, ni desistir de lo comenzado” (Relación historial,
cit.).
Interpuso ruegos y
súplicas, y habló con tanta energía, que “los mercaderes tomaron fama de
impíos”, y entonces, pensando que los indios lo matarían o que se enfermaría,
lo dejaron pasar.
“Triunfante, pues,
de esta manera de todo el infierno, que contra él se había conjurado, se puso
en camino…”
Quería llegar
urgente, pues la peste estaba haciendo estragos en los indios. “Por eso le
parecía poco arrojarse por los despeñaderos, subir sierras muy altas, vadear
ríos muy peligrosos, meterse por pantanos muy cenagosos y profundos y pasar
otros grandes riesgos de la vida; antes en todos éstos se hallaba una suavidad
indecible, llevando siempre muy fijo el corazón y la mente en el extremo
abandono en que se hallaban aquellos pobres gentiles…”
Funda con ellos
las primeras misiones: San Francisco Javier de las Piñocas, que continúa hasta
hoy, como también San Rafael y San
Javier, centros de original cultura y civilización hispano-indígena que
despiertan intensa admiración. Otras fueron San José, Santa Rosa y San Juan
Bautista.
Vencidos estos
obstáculos, reapareció otro no menos terrible: una nueva invasión de los
mamelucos, mestizos paulistas que capturaban indios para venderlos como
esclavos en el Brasil. Entraban “en las tierras acariciando la gente con
regalos y brujerías”, haciéndoles creer que eran jesuitas que venían a fundar
nuevas reducciones: “cuando ya los tienen asegurados, meten en prisiones a los
caciques y principales y se llevan por delante la chusma*” (* término de época que designaba a los miembros no
guerreros de la tribu: mujeres, niños y resto de la población; ver Diccionario
de la Real Academia
Española, ediciones anteriores al 1800, receptado en las actuales como una de
sus acepciones).
El Padre, que se hallaba muy lejos, vuelve a
toda prisa, reconociendo arriesgadamente la zona ocupada, de la que pasa a
Santa Cruz a animar la gente a tomar como propia la causa de los indios y
pelear contra los invasores. Tuvo eco, más advirtiéndoles que podrían llegar
los “mamalucos” a atacar la ciudad.
Alista en pocas
horas 130 soldados y, camino a enfrentar al enemigo, recoge 300 indios,
diestros flecheros. Enterados de que los esclavistas están en la reducción de
San Francisco Xavier, sienten increíble gozo los españoles en poderlos
castigar. Al intimarles la rendición, un mameluco a las órdenes de los dos
capitanes mata un cruceño “de un fusilazo”.
“No pudo sufrir
esto Andrés Florián, valerosísimo caballero español, y respondió luego con otro
tiro semejante, de que derribó en tierra á Antonio Ferraez de Araujo, y sacando
su puñal arremetió á Manuel Frías y le mató á puñaladas, quedando al primer
paso muertos los dos capitanes enemigos. Quedando con esto los Mamalucos sin
caudillos, sin gobierno y sin alientos, se turbaron del todo, y tirando sus
armas se arrojaron al río que les recibió, no para librarles como esperaban,
sino para sepultarles en sus corrientes, de que ya cansados, por más esfuerzos
que hicieron, no pudieron librarse”.
1500 indios
cautivos, salvados de su terrible destino, recuperan su libertad. “Las misiones
se alzaron como atalayas imperiales (españolas) en las fronteras”, dice el
historiador Miguel A. Martín González.
Pasa el tiempo y
continúa evangelizando y civilizando.
Siguiendo
instrucciones de su Superior, el P. Orozco, busca el origen del río Paraguay y
trata de ganar “las voluntades de los Chiquitos y de las otras naciones que
hallase dispuestas a recibir el Santo Bautismo”. Pone el Superior varios
jesuitas bajo su autoridad, dirigiéndose “hacia el lago de los Xarayes para ser
sus compañeros en la conversión de aquellos pueblos”. En 1710 había logrado reunir en poblados cristianos
de la Chiquitanía
a 23.000 naturales.
En duras
exploraciones, expuesto a peligros y privaciones, busca el ansiado camino que
uniera las misiones chiquitanas con las guaraníes. Ni la edad, ni el hambre, ni
la debilidad, lo frenan. Su afán misionero no conoce límites. “Era admirable su
paciencia y serenidad de ánimo en estos lances, sin mostrar el menor
sentimiento cuando no tenía qué comer, gastando el tiempo absorto en Dios; y
todas las mañanas, antes de ponerse en camino, estaba de rodillas largo
espacio”.
“Al fin –dice la
crónica- quiso Dios consolarnos, descubriéndose el camino tan deseado…
Increíble fué el júbilo que tuvo el santo varón, no cesando de dar gracias, y
exhortándonos con las lágrimas en los ojos á que hiciésemos lo mismo, entonó
las letanías de Nuestra Señora…, nos juntó á todos, y más con lágrimas que con
palabras, nos agradeció tantos trabajos como habíamos pasado por él, y que toda
su vida se acordaría de nosotros”.
De allí, sin
atender la recomendación de descanso del Superior, se dirige a la laguna Mamoré
en busca de su incansable compañero, el P. Blende, noble flamenco, cuyo barco
era el medio de transporte para otras tantas aventuras apostólicas.
Pero un sector de
los payaguás, no deseando someterse a un Dios que refrenara sus excesos,
esperaba la ocasión para matarlos a ambos. Con pretextos de pedir comida entran
en el barco del P. Blende encabezados por Cotaga, hijo de “un grande hechicero”,
a quien el sacerdote tenía especial afecto. Eliminan de un hachazo al timonel
español y le dan un golpe al sacerdote que le parte la cabeza en dos,
reforzándolo con nuevo golpe y matando a lanzazos a su monaguillo indio.
Destruyen el barco y los ornamentos y objetos de culto destinados a los
Chiquitos, “saltando de alegría por esta feísima traición”.
Y entonces “…se
previnieron al último acto de la tragedia con la muerte del P. Arce para
apartar de sí á quien les reprendía sus bestiales costumbres, é impedir
juntamente que los de su nación no abrazasen la santa fé…”
El Padre Joseph de
Arce andaba en otra embarcación, con un grupo de guaraníes, buscando
afanosamente “a su conmisionero” de Flandes. Encuentra su cuerpo sobre una
isla, decapitado, en el medio de fieles compañeros que habían corrido su misma
suerte.
En Asunción, un
fraile mercedario, ex alumno del primero, tiene una misteriosa visión:”Hijo, le
dice éste, encomiéndame á Dios, porque me hallo en grandes angustias”. La
preocupación por su vida cunde en la ciudad…
A esas horas, muy
lejos de allí…, “de repente cayeron en las celadas de aquellos malvados, los
cuales saliendo con presteza al encuentro, al primer lance aferraron la
embarcación y la llevaron á tierra; el primero que entró en ella fué aquel
maldito indio Cotaga, que llegándose al P. Arce, le sacó á la playa echándole
con ímpetu en el suelo y fué menester muy poco, porque estaba ya consumido de
fuerzas y sólo se tenía en pie en cuanto el aliento y fervor de su espíritu le
daban ánimo y vigor; sacó luego su macana [garrote] aquel sacrílego infiel, y
le dió tan fiero golpe en la cabeza que le quitó al punto la vida, sin poder
decir otra cosa, sino:
—Hijos míos, muy
amados, ¿por qué hacéis esto?” (Relación historial, cit.).
Su martirio ocurrió
el 15 de diciembre de 1715. La obra del P. Arce fue justamente comparada con la
del modelo que tanto admiraba, San Francisco Xavier, en la India, y las huellas
imborrables de cristiandad que dejó perduran hasta hoy en la inmensa zona que
evangelizara.
(Ver: Relación historial de las Misiones de
Indios Chiquitos, escrita por el P. Juan Patricio Fernández, SJ, año 1726, ed. Universidad Privada de Santa
Cruz de la Sierra,
comentada por Germán Coimbra Sanz, Santa Cruz, 2004).
10 - P.
Juan Mesner
Johann Joseph
Messner, en castellano Juan José Mesner, nació en 1703 en Aussig, en los
Su-detes alemanes, región que integraba el Sacro Imperio Romano Germánico,
regido por la Casa
de Austria.
Ingresó a la Compañía de Jesús en
1722, y fue enviado en 1733 junto a Johann Prokwedel de Leitmeritz a la misión
paraguaya a cargo del Padre Franz Xaver, educando y creando coros de niños con
los pequeños indígenas (cf. Información del sitio Su-detes).
La música, las
ceremonias litúrgicas, la arquitectura y la decoración de las iglesias eran
elementos clave para la evangelización de los naturales de las misiones,
encontró allí un campo propicio para su acción,.
Las actividades
cotidianas, como la producción agrícola, se hacían al estímulo de cantos y
toque de flautas y cajas, ya que la música desempeñaba un papel especial en
todos los aspectos de la vida.
Advirtiendo
la capacidad musical de los indígenas, la Compañía envió
compositores importantes, directores de coro y técnicos en manufactura de
instrumentos musicales. Entre los principales misioneros artistas que actuaron
en la Chiquitanía
se encuentra el Padre Johann Messner, quien secundó al dedicado y talentoso P.
Martin Schmid en el dorado de los altares y la construcción y remodelación de
iglesias que éste emprendiera con buen suceso.
Esta obra alcanzó
tal calidad que se formaron coros polifónicos y se hicieron violines, arpas,
flautas y órganos. El P. Schmid compuso y copió misas, óperas y motetes, e hizo
un órgano de seis registros en Potosí que transportó a lomo de mula más de 1.000 km en el difícil
camino de Potosí a la
Chiquitanía. Esto nos da una idea del empeño que pusieron los
jesuitas en su labor educativa y evangelizadora, en la que se destacó el P.
Messner.
Su compañero y
principal protagonista de esta gesta en el campo musical y arquitectónico, el
P. Schmid, describe facetas de ella en una carta escrita en 1744 desde San
Rafael, donde cuenta que el sonido del órgano se oía en todos los pueblos
chiquitanos, y habla de la variedad de instrumentos que tocaban los músicos
indígenas, sin que transcurriera ni un día sin que se oigan los cantos en las
iglesias. “Y canto –dice-, toco el órgano, la cítara, la flauta, la trompeta,
el salterio y la lira…”, parte de los cuales aprendió a tocar en el ejercicio
de su actividad misionera, que fue tan fructífera que pudo comentarle a su
Superior “…cómo niños arrancados a la selva un año atrás, con sus padres, son
capaces ahora de cantar bien, y de tocar la cítara, la lira y el órgano con un
compás enteramente firme, y de bailar
con movimientos precisos y ritmo, estando en condiciones de competir con los
europeos. Les enseñamos dichas cosas mundanas a estos pueblos para que puedan
librarse de sus rústicas costumbres y asemejarse a las personas civilizadas, y
predisponerse así a aceptar el cristianismo”. En esta obra jugó un papel
importante el P. Messner.
Le tocó sufrir la
orden de expulsión sin tener condiciones físicas de hacer el largo viaje, que
el añoso Padre Schmid sí logró soportar.”Muchos de los padres eran viejos y no
podían creer que no se les permitiera quedarse en los bosques de los que habían
hecho su hogar… El P. Messner, de 77 años y enfermo de asma, pasó cinco meses
detenido en Santa Cruz, pues sus acompañantes consideraban imposible que
pudiera cruzar los Andes. Luego debió sin embargo proseguir viaje a lomo de
mula sin que se tuvieran en cuenta todos los sufrimientos que le causaba el
aire fino del cerro. En el paso montañoso a Lima hicieron descansar los
animales. El padre Messner les pidió que lo dejaran allí, para poder morir
tranquilo. Pero nuevamente lo alzaron sobre el lomo de una mula, con un hombre
a cada lado, para que no se cayera. Veinticuatro horas más tarde advirtieron
sus custodios que sostenían un cadáver. El P. Martin Schmid, arquitecto de
muchas de las iglesias chiquitanas actualmente existentes, era más joven y más
resistente…”, según Alois y Margarete Payer.
Fue el final
sacrificado del Padre Messner en manos del absolutismo monárquico borbónico,
considerado fundadamente un antecedente del poder estatal absoluto de tiempos
posteriores. La expulsión –dice el historiador cordobés Bustos Argañaraz- creó
un verdadero horror a la España
borbónica que iba cortando los lazos con sus antiguos “reinos de ultramar”
americanos, que comenzaron a ser tratados más como colonias que como reinos.
(Con informaciones extraídas de “Martin
Schmid, Jesuit”, de Wikipedia, del portal de los Su-detes alemanes, de
Margarete y Alois Payer, http://www.payer.de/bolivien2/bolivien0207.htm, con
cita de [Caraman, Philip : Ein verlorenes Paradies : der
Jesuitenstaat in Paraguay. -- München : Kösel, ©1979. -- ISBN 3-466-42011-3. --
S. 276 - 280, 284f.]
y otros).
11 - Fray
Ignacio de la Zerda
“En este primer período misionero, la ciudad [de
Salta] tiene su primer mártir, el franciscano fray Ignacio de la Zerda, quien fue muerto por
los indios Calchaquíes en 1595”
(Fray Benito Honorato
Pistoia).
“En 1595 debió soportar Salta las
consecuencias de un alzamiento calchaquí de los Luracataos, en connivencia con
los Pulares y Chicoanas. Hubo catorce muertos: entre ellos, el franciscano fray
Ignacio de la Zerda”.
(Ver: Historia de la Iglesia en la Argentina, P. Cayetano
Bruno, t. I, p. 390).
12 - Fray
Antonio Torino
“El 22 de junio de
1617 el capitán Gaspar Torino de Ocampo; portugués al servicio de España, hace
testamento y lega su cuantiosa fortuna al convento mercedario de San Pedro
Armengol de La Rioja,
por ser mercedario y riojano su único hijo, el Padre Fray Antonio Torino. Este
apostólico fraile riojano fue martirizado por los indios Atiles, en Los Llanos
de La Rioja en
1632. El Padre Pedro Lozano SJ en su ‘Historia del Tucumán’ hace una cruda
reconstrucción de aquel triste suceso” (Miguel Angel Peralta, Aportes para una
Historia de la Iglesia
en La Rioja, t.
I, La Rioja,
2000, edic. Obispado de La Rioja,
pp. 50-52).
Fray Antonio
Torino procuraba evangelizar a los indios Atiles (diaguitas), tratando de
convencerlos de abandonar la costumbre de embriagarse con chicha de alto tenor
alcohólico que ellos preparaban, y que causaban estragos y pérdida de vidas en
las poblaciones aborígenes. Personas amigas le aconsejaban retirarse a La Rioja por su seguridad, que
consideraban amenazada. El respondía que estaba dispuesto a perder la vida “por
el cumplimiento de mi obligación”.
Enterado de que
celebraban una borrachera en el monte, se presentó ante ellos, quienes trataron
de obligarlo a presidirla y a adorar un ídolo. El les reprendió su atrevimiento
tratando de impedir la borrachera, por lo que lo llevaron a un algarrobo
cercano, le quitaron el hábito y lo colgaron del árbol, “y vivo le fueron
cortando miembro por miembro, poniendo debajo el hábito para que en él cayese
la sangre que recogían para sus supersticiones. Toleró constante el religioso
esta inhumana crueldad, hasta entregar a fuerza de dolor su dichoso espíritu en
manos de su criador” (Pedro Lozano, SJ, ‘Historia del Tucumán”, ap. Peralta,
o.c.).
(Ver: Miguel Angel Peralta, Aportes para
una Historia de la Iglesia
en La Rioja, t.
I, La Rioja,
2000, edic. Obispado de La Rioja,
pp. 50-52).
13 - P.
Nicolás Mascardi
(y Cacique Manqueunai)
“El padre Mascardi
es la figura sobresaliente de las misiones jesuíticas del Nahuel Huapi y de la
conquista espiritual del extremo sur por el lado de la Cordillera” (Cayetano
Bruno, “Apóstoles de la
Evangelización en la Cuenca del Plata”).
Nacido en Salzana
(Italia) en 1624, entró como jesuita en Roma y llegó a Chile en 1652,
completando sus estudios, siendo la misión de Buena Esperanza, en la Araucania, su primer
campo de apostolado.
Conmovido por la
situación de un grupo de veinte puelches cautivos “se interesó por ellos,
consiguió su libertad, aprendió su lengua,
los instruyó y bautizó al fin”.
Una india
principal que los puelches consideraban su reina se propuso que sus súbditos
del otro lado de la cordillera conociesen a Dios, y llevó al Padre Mascardi a
pedir la misión del Nahuel Huapi. Se propuso partir “apostólicamente, a pie,
por cordilleras, nieves, riscos y peñascos”, sin acompañantes hispanos,
acompañado por un niño para decir misa y los puelches cuya libertad y
repatriación había obtenido.
En 1669 se
encontraba misionando entre los poyas y
puelches de las riberas del lago, en gran sintonía con los aborígenes.
Hallando muchas naciones dispuestas a convertirse fundó la reducción de Nuestra
Señora de los Poyas del Nahuel Huapi, atribuyendo a la Virgen un notable atractivo
sobre los indígenas que, apenas la veían, le pedían –cada uno en su lengua- que
limpiara su corazón de todo pecado.
Por entonces era
tradición común la existencia de la
Ciudad de los Césares, fundada por los sobrevivientes
españoles de un naufragio en las inmediaciones del Estrecho de Magallanes.
Pensando en esta población abandonada y sus necesidades, realizó cuatro
expediciones en su busca, a caballo, con gran sacrificio, acompañado por los
poyas.
Con su gran amigo,
el Cacique Manqueunai, siguiendo el Río Negro llegó hasta el océano,
tomando contacto con poblaciones indígenas, predicando y bautizando.
En 1673 emprendió
la última expedición, resuelto a no volver hasta dar con la ciudad. Antes de
partir dejó a los poyas un escrito que decía que eran buenos y fieles
cristianos para que, si él muriese entre los infieles, supieran los españoles
que eran éstos y no los poyas cristianos los matadores. Lo que les sirvió para
mostrar su inocencia posteriormente, ante el Gobernador de Chiloé.
Irritaba a los
infieles el gran atractivo que ejercía la prédica del Padre Mascardi, a quien
se “juntaban millares de indios a oír su santa doctrina y admirar los milagros
que hacía”.
Al llegar el Padre
con el cacique Manqueunai y otros acompañantes, unos “indios más feroces, que
traen las narices agujereadas” lo interceptaron. Se adelantó Manqueunai invitándolos a oir la
prédica del Padre. “Respondieron enfurecidos que no querían ser cristianos, ni
que el Padre anduviese predicando por sus tierras; que allí venían a matarle, y
también a él, porque les traía al Padre. Y cerrando con el cacique Manqueunai,
le mataron allí”.
Se dirigieron al
toldo del Padre, que sabía que los indios del estrecho le tramaban la muerte.
Hincándose de rodillas, abrió los brazos franqueándoles el pecho y el corazón,
“para que viesen el amor y la voluntad con que recibía la muerte; y
predicándoles a Jesucristo y ofreciéndole su vida y su sangre por su amor y por
su fe le labraron la corona del martirio” (P. Rosales).
Le traspasaron el
pecho con tres saetas y dieron muchos golpes en la cabeza con piedras de
boleadoras, dejándolo pronto sin vida. Mataron también a dos indios que iban
con el Padre.
Esto causó la pena
de aquella primitiva cristiandad por lo que, bien pertrechados de flechas y
piedras arrojadizas los jóvenes de armas llevar, hicieron feroz escarmiento de
los victimarios, dice el P. Cayetano Bruno.
Los cristianos de
uno y otro lado de la cordillera hacían todo lo posible por obtener sus restos,
salvados por un sobreviviente. Se le atribuyen milagros y don de profecía.
Curaba enfermos enviándoles su báculo, rematado por una cruz. Andaba descalzo y
sufría toda clase de privaciones. Pasaba noches enteras en oración.
Los indios que lo
martirizaron pidieron luego misioneros para la adoctrinación de sus hijos (P.
Niel, 1705).
(Ver: Cayetano Bruno, “Apóstoles de la Evangelización en la Cuenca del Plata”).
14 - P.
Julián de Lizardi
La Compañía de Jesús fue la primera orden religiosa
que entró al Chaco tarijeño llevando la luz de la evangelización “a miles de
seres humanos que estaban alejados de Dios”. Este impulso evangelizador tuvo
como uno de sus máximos exponentes al Padre Julián de LIzardi SJ, nacido en Guipúzcoa
en 1696 y admitido como novicio en la
Orden a los 16 años.
Novicio aún obtuvo
licencia de sus superiores para integrar el grupo de 130 misioneros de
distintas nacionalidades destinados al Perú y Quito en 1717, que entraron por
el puerto de Buenos Aires.
Terminó sus
estudios sacerdotales en Córdoba, siendo ordenado en 1721 por el Obispo del
Tucumán, don Alonso del Pozo y Silva. Pasó por Santa Fe y Paraguay, Córdoba y
Buenos Aires, desempeñando funciones acordes a su estado. En 1728 lo
encontramos en las Misiones del Paraguay como Superior de la Reducción del Santo
Angel de la Guarda,
donde permanece cuatro años y recibe el supremo grado de la “Profesión de
cuatro votos”.
Allí conoció de
cerca de los chiriguanáes, que eran el terror de Tarija y Santa Cruz, y a
quienes varias órdenes misioneras trataban de evangelizar sin lograrlo.
Como continuaban
las persecuciones y aún martirios de misioneros, y las reducciones estaban
destruidas, el cabildo de Tarija pidió que la tarea se encomendara a una sola
orden, y que ésta fuese la Cía.
de Jesús.
El Virrey del Perú
puso la misión de Chiriguanos bajo responsabilidad de éstos, por lo que el
Presidente de la Real Audiencia
de Charcas le pidió al Provincial, Padre Herrán, que “envíe todos los
Misioneros en el mayor número que pudiere”.
El Padre Lizardi
obtuvo del Padre Provincial ser nombrado misionero de los chiriguanos, “aunque
sabía … el peligro que se cernía sobre su vida”. Llegó a Tarija y pasó a “La Concepción” y a la Misión de Tariquea, que
había sido destruida por los indios del Chaco. Luego de 7 meses de ardua misión
fue designado Superior, ingresando con el Padre Joseph Pons y soldados
españoles a territorio chiriguano para invocar acuerdos con ellos.
La iniciativa
fracasó pero no cejaron en su intento, dirigiéndose a los pueblos de Cuyambuyú
e Itaú respectivamente. Esta vez la misión dio frutos y los indígenas aceptaron
la fundación de una nuea Reducción de Indios en el valle de Las Salinas.
A costa de grandes
sacrificios, los Padres Jesuitas al mando de LIzardi lograron “la evangelización de miles de seres
humanos que vivían entre la barbarie y el salvajismo”, convenciendo a los
caciques a que funden reducciones y construyan iglesias.
En 1734, la
importante misión del Valle de Arriba fue trasladada por motivos de seguridad
al Valle de Abajo, ya que los chiriguanos del Ingre amenazaban a pueblo y
misioneros.
El nuevo
Provincial, Padre Aguilar, dispuso separar a los indios de Tariquea de los
recientemente convertidos de Cuyambuyú, para quienes se fundó el pueblo de
Nuestra Señora del Rosario.
Pero los
chiriguanos del Ingre seguían acechando y un día entraron al pueblo mientras el
Padre Lizardi celebraba la misa ante todo el pueblo. Llegaron hasta el altar, dice el Padre
Lozano, apoderándose del Padre Lizardi, despojándolo brutalmente de sus
vestiduras.
Cometieron
sacrilegios, robaron ornamentos y vasos sagrados e hicieron destrozos, rasgando
en dos una pintura de la Virgen,
“inseparable compañera del Padre Julián”, tomando también una imagen de Ntra.
Sra. de la Concepción
como blanco de sus flechas, a la que descabezaron y cortaron las manos,
arrojándola en un pajonal “con grande escarnio”.
Luego se fueron
con los cautivos y el misionero, maniatado y casi desnudo, sufriendo toda la
noche el terrible frío, y quedando tullido. Esto conmovió al cacique quien
ordenó se le diese una mula para volver a la destruida reducción. Pero no lo
obedecieron, sentándolo desnudo en un peñón, donde cruzando los brazos esperó
heroicamente la lluvia de flechas que cayó sobre él causándole 32 heridas. Una
de ellas le atravesó el corazón, abriéndolo “para que desatada aquella purísima
alma de las pasiones del cuerpo, volase a tomar posesión de la gloria merecida
por sus heroicas virtudes y tan ilustre martirio”, el 17 de mayo de 1735, a los 38 años de
edad.
Sus restos fueron
rescatados por el Padre Pons y llevados a Tarija, donde fueron recibidos por
todo el pueblo con grandes honras y repiques de campanas.
140 años después
de su muerte fueron hallados, después de una prolija investigación, por un
Jesuita inglés, el Padre V a u g h a n, y llevados luego de muchas peripecias
de vuelta a su Guipúzcoa natal, vía Jujuy-Tucumán-Buenos Aires, con gran pesar
del pueblo tarijeño.
(Ver: La Historia Religiosa
de Tarija, Elías Vacaflor Dorakis, Director del Archivo Histórico de Tarija,
Jornada Promotores y Héroes de la Cristiandad en América, Salta, 2007).
15 - P.
Pedro de Añasco
La acción misional
de los jesuitas (también llamados “teatinos”) en la gobernación del Tucumán es
un acontecimiento cultural y religioso de primera magnitud en la formación
cristiana del pueblo argentino. Las autoridades religiosas y civiles dejaron
asentada en documentos la obra de las reducciones y misiones que fueron su
especialidad.
Veinte años
después de la fundación de la primera ciudad argentina, Barco (1550,
rebautizada como Santiago del Estero en 1553), los provinciales jesuitas del
Perú aspiraban a desarrollar esa obra, obteniendo del Rey el costeo de los
viáticos.
En 1585 fueron
enviados al Tucumán, a pedido del Obispo Victoria, los primeros misioneros
jesuitas, Padres Angulo y Barzana (ver biografía), y el Hno. Villegas, expertos
en lenguas indígenas, quienes
desarrollaron una labor de sorprendente amplitud y alcance, atrayendo a
multitud de naturales al cristianismo y a participar de las procesiones,
asistir a las clases y transformarse en neófitos evangelizadores, dando nueva
vida a esa primera gobernación argentina.
Un segundo grupo
de jesuitas vino también por iniciativa del Obispo Victoria, cuyas operaciones
comerciales (muy azarosas, y cuestionadas por algunos) trajeron como
consecuencia benéfica la apertura de la vía comercial del Tucumán por el Río de
la Plata y
Brasil.
Los enviados del
Obispo navegaron desde Buenos Aires a Bahía y permanecieron allí 6 meses para
conseguir misioneros jesuitas, logrando finalmente algunos padres. Al volver la
expedición, sufrieron un tremendo ataque de corsarios ingleses que cometieron
toda clase de oprobios y los remolcaron y abandonaron a la altura de Carmen de
Patagones, salvando su vida casi por milagro.
Después de
inauditos sufrimientos pudieron finalmente llegar a Córdoba del Tucumán, donde
los esperaba el Obispo, comenzando su labor junto a los Padres Angulo y
Barzana. Algunos no quisieron quedarse por la gran dificultad de las lenguas
volviendo a la región guaraní, lo que redujo mucho el contingente.
Pero un tercer
grupo llegó del Perú (1590), de dos sacerdotes: el Padre Pedro de Añasco (mestizo de Chachapoyas, Perú) y el Padre Juan Font. El nombre Chachapoyas, según Miguel Solá, se encuentra en Salta, por
haber sido ésta un asiento incaico que dio nombres quichuas a puntos afines con
su geografía de nuestra provincia.
Los Padres Añasco
y Angulo fueron enviados por el P. Font
a fundar la misión del Bermejo, con asiento en Matará, pueblo de tonocotés y
lules (mientras el Hno. Villegas era enviado a Salta).
A éstos se sumaría
un nuevo refuerzo del Perú (1593), constituido por los padres Lorenzana, Viana
y Monroy, los hermanos Aguila y Toledano, y el superior, Juan Romero.
Pudieron entonces
los Padres Monroy y Añasco
misionar en
Humahuaca. El Padre Añasco logró la
importante conversión del Cacique Viltipoco, irreductible al principio,
refiriendo él mismo que “murió muy bien y con mucho sentimiento, y muestras de
su vida passada (sic), confessándose dos o tres vezes” (Bruno, Historia…, t. I,
p. 435).
Desde el Tucumán,
la acción misionera jesuita se extendería al litoral y al Paraguay. Pero no
cejó en el esfuerzo de evangelizar el Tucumán, misionando el Chaco, Esteco y
“el país de los Caracaráes”: “entre pocos hombres quedó repartido el Tucumán,
región tan grande como España, la cual recorrían incesantemente, visitando
selvas, escondrijos, cavernas y montes retirados”, escribió admirado el P.
Techo en su Historia.
Poco después, el
P. Claudio Aquaviva fundaba la Provincia
Jesuítica del Paraguay, con centro en Córdoba, abarcando el
Tucumán, Paraguay y Chile. Su primer provincial fue el P. Diego de Torres
(1607).
La labor del Padre Añasco es mencionada por su
compañero, el P. Barzana, quien hace referencia al conocimiento que habían
adquirido del tonocoté, sin el cual “en este pueblo de Matará no hiciéramos
nada, y con ella y con la diligencia que Dios da al Padre Añasco (…) se alegra
el cielo” por “el fervor y cuidado” con que “acuden chicos y grandes a saber la
doctrina toda en su lengua, y a los sermones que en ella se les predican, y es cosa de grandísimo contento…” .
Pero: “Esto de las
muchas lenguas no fue don privativo del padre Barzana. Su compañero, el padre
Añasco –según testimonio de Nierenberg-, ‘aprendió nueve lenguas diferentes, de
la cuales hizo artes, vocabularios, catecismo y oraciones’”.
El mismo Padre
Añasco escribía: “Podemos por la voluntad del Señor catequizar y confesar en
once lenguas, y quedan además otras muchas que aprender, y todas las salidas
que hacemos traemos aprendidas una o dos lenguas” (Furlong, ap. Bruno,
Historia, o.c.).
El P. Añasco dejó
un recuerdo perdurable de bien y virtud: Tenía “buen ingenio y talento para
confesar y predicar a los indios. Sabía bien la lengua indiana”. (…) “está
aprovechado en humildad y obediencia, es devoto y ejercítase en la oración con
fruto (…); es mestizo” (Informe del Visitador Juan de la Plaza, SJ, cf. Coello de la Rosa, “De Mestizos y criollos
en la Compañía
de Jesús…”, p. 41).
El P. Nicolás del
Techo, en su Historia, refiere que
estando enfermo en su noviciado se le apareció la Reina de los Angeles “quien
le abrazó y prometió su amparo”, visión que dejó en él una huella de por vida.
Y que “en sus excursiones apostólicas por el
Tucumán, se le vio muchas veces curar a los indios pestilentes úlceras,
limpiar los gusanos y pus que arrojaban éstas, y emulando la virtud de San
Francisco Javier, beber, en presencia de los bárbaros estupefactos al ver tan
heroica fortaleza, vasijas llenas de po d re y otras cosas fétidas arrojadas
por las llagas de los dolientes. Sus continuos ejercicios eran besar las
úlceras de los enfermos, socorrer a los que sufrían, dar alimentos a quien los
necesitaba, dormir poco, orar mucho, azotarse cruelmente y anticiparse siempre
a servir a sus compañeros”. (…) “habló nueve lenguas americanas”, (…) “acarició
con la mano un tiegre feroz, cual si fuese un manso perro”. En el Tucumán hizo
expediciones durante 15 años y “convirtió innumerables gentiles. Murió en
Córdoba el año 1605 (…). El P. Nierenberg lo coloca fundadamente entre los más
esclarecidos hijos de la
Compañía” (Nicolás del Techo, Historia, cap. XXXI).
(Ver: Nicolás del Techo, Historia, cap.
XXXI; Bruno, Historia…, t. I; (Informe
del Visitador Juan de la Plaza,
SJ, cf. Coello de la Rosa,
“De Mestizos y criollos en la
Compañía de Jesús…”).
Investigación histórica a cargo de los Profesores Luis María Mesquita Errea y Elena Beatriz Brizuela y Doria de Mesquita E.
Salta - La Rioja - NOA - Año de Gracia 2011
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