LUCES DORADAS del TUCUMAN

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Nombre: El Alférez
Ubicación: Noroeste, Argentina

viernes, marzo 10, 2006

GOBERNANTES, VASALLOS Y PUEBLOS
UN VISTAZO A LAS MENTALIDADES, AMBIENTES Y VIDA RELIGIOSA PERUANO-TUCUMANENSES DEL SIGLO XVI SEGÚN EL TESTIMONIO DE FRAY REGINALDO DE LIZÁRRAGA OP

Proponemos una incursión en el Perú virreinal de fines del siglo XVI guiados por el equilibrado sentido de las cosas, impregnado de fe, de fray Reginaldo de Lizárraga, en su “Descripción breve de toda la tierra del Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile”.
Nacido en Extremadura ca. 1540, llegó con sus padres al Perú a los 15 años. En el Convento dominicano de N. S. del Rosario, de Lima, recibió el hábito del prior fray Tomás de Argomedo. “Yo me llamaba Baltasar (de Ovando¨); mandóme llamar Reginaldo, y con él me quedé hasta hoy” (Lizárraga, 1999:74).
Era un “eximio predicador de la palabra de Dios”, según el Cardenal Guevara (1598), ocupándose “en el púlpito 33 años”. En su amada Orden de Predicadores fue Provincial, misionero
y doctrinante y uno de los siete Obispos oriundos del Convento: “Recibió la sagrada unción de manos del arzobispo de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo”. Su vida tuvo destellos de santidad; murió en 1615. (Bruno, 1967:60-70; Acevedo, 1999:11-31).

La Descripción es una calificada fuente bibliográfica, reeditada por la Academia N. de la Historia con un sustancioso estudio preliminar de Edberto Acevedo. La escribió a los 65 años, luego de increíbles recorridas: “he visto muchas veces lo más y mejor deste Pirú, de allí hacia Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando todo el reino de Tucumán, y a Chile (...); no hablaré de oidas (...); lo demás he visto con mis propios ojos, y como dicen, palpado con las manos; por lo cual lo visto es verdad (...)” (Lizárraga, 1999:37).
De su valor historiográfico dice Acevedo: “Dos notas más se han apuntado, acertadamente, al enjuiciar este libro. Por un lado, su concisión y , por otro, su imparcialidad” (1999:24).
En anterior ponencia nos ocupamos de algunos aspectos del universo de fray Reginaldo (Mesquita Errea, 2004: 121-31). Hoy tocaremos otros, en el campo de la historia de las mentalidades, ambientes y costumbres, religiosidad, y elementos de la cosmovisión, acción y apostolado dominicanos.

INDIOS DE LA PLAYA DE MANTA

“Este reino, (...) es largo y angosto; comienza, digamos, desde el puerto, ó por mejor decir playa, llamado Manta (...)” (1999:37).
“Los indios deste puerto son grandes marineros y nadadores; tienen balsas de madera liviana, grandes, que sufren vela y remo (...); visten algodón, manta y camiseta; desde este puerto, en viendo los navios que vienen la vuelta de tierra, salen con sus balsas , llevan refresco que venden, gallinas, pescado, maiz, tortillas biscochadas, plátanos, camotes y otras cosas. Tienen las narices encorvadas y algun tanto grandes (...)”.
Una balsa se acerca al navío en que viaja con sus padres. El dueño no quiere rebajar su mercancía. Un criado familiar le dice: “¡oh qué pesado eres; no pareces sino judio! En oyendo esto el indio, saltó del navio en su balsa; larga el cabo y vira la vuelta de tierra; ni por muchas voces que se le dieron para que volviese, no lo quiso hacer; tan grande fue la afrenta que se le hizo y tanto lo sintió” (1999:38).
Posiblemente era muy susceptible o consideró muy agraviante el calificativo.

Gigantes y leyendas – pecado nefando y castigo
“Hobo aquí (en la Punta de Santa Helena) antiguamente gigantes, que los naturales decian no saber dónde vinieron (...)”.
“Refieren los indios, por tradición de sus antepasados, que como fuesen advenedizos, no saben de dónde, y no tuviesen mujeres, los naturales no los aguardaban, dieron en el vicio de la sodomia, la cual castigó Dios enviando sobre ellos fuego del cielo, y así se acabaron todos; no tiene este vicio nefando otra medicina” (1999: 38-9).
La leyenda es curiosa por la relación que guarda con las costumbres de los Manta. De acuerdo a investigaciones de catedráticos de Barcelona, adoraban a diversos dioses, entre ellos a felinos, “inmolándoles mujeres, niños y prisioneros de guerra, a quienes primero emborrachaban y, más tarde, el gran sacerdote degollaba con un cuchillo de sílex” (Panyella et al., 1984:312). Recuerda las prácticas aztecas, y se supone que este pueblo es de origen centroamericano. El sangriento culto al jaguar era común a culturas peruanas (Chavín) y mesoamericanas.
“Practicaban la poligamia, especialmente, los jefes. La virginidad no era apreciada, hasta el extremo que la novia debía ser desflorada por los parientes y amigos del marido. Las mujeres ocupaban un lugar muy secundario entre los manta a la llegada de los españoles, pues era común entre ellos el vicio de la sodomía, del que hacían alarde público, maltratando a las mujeres y exhibiendo a los niños objeto de su vicio adornados con joyas de oro y piedras” (1984:313).
Es dable imaginar las dificultades de los misioneros en promover un cambio en las costumbres para conformarlas a la ley de Dios, cumpliendo el mandato divino de evangelizar a todas las naciones.
Sobre la leyenda de los gigantes, según dichos etnólogos era un grupo muy numeroso de hombres de enormes proporciones que llegaron en balsas de junco, muy diferentes de las Manta. Fundaron una gran ciudad y dedicaban mucho tiempo a la pesca, pues necesitaban cantidad de pescado.
“Como no tenían mujeres, intentaron robar y violar a las de las ciudades vecinas, a las que declararon la guerra y destruyeron. Pero no habiendo logrado capturar a las mujeres se dedicaron al vicio de la sodomía, que practicaban en las grandes orgías. En una de estas fiestas públicas hizo su aparición un dios exterminador que los destruyó a todos con un golpe de espada” (1984:319-29).
Habría similitud con la destrucción de la Pentápolis (Sodoma y Gomorra), narrada en la Biblia.

INDIOS CHONOS, GUAMCAVILLCAS Y LAMPUNA
Chonos y Guamcavillcas
“Viven en esta ciudad (Guayaquil) y su distrito dos naciones de indios, unos llamados Guamcavillcas, gente bien dispuesta y blanca, limpios en sus vestidos y de buen parecer; los otros se llaman Chonos, morenos, no tan políticos como los Guamcavillcas; los unos y los otros es gente guerrera; sus armas, arco y flecha” (1999:44).
“Tienen los Chonos mala fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alto y el cogote trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras; llámanlos perros chonos cocotados, como luego diremos” (ibid.).
Indios de la Isla de Lampuna
Se trata de una isla cercana, “cuyos indios fueron belicosos mucho; comian carne humana; era bastantemente poblada. Produce oro y mucha comida; toda su costa es abundantísima de pescado. Produce también cantidad de sabandijas ponzoñosas (...)” (1999:45).

Obispo dominico comido por los Lampunas
“Estos indios se comieron al primer obispo que hobo en estos reynos, llamado Fr. Vicente de Valverde, religioso de nuestra sagrada orden, con otros españoles (...). Era fama en aquella isla haber un tesoro riquísimo que los indios tenían escondido; despachóle el Marques Pizarro desde la ciudad de Los Reyes con poca gente para que lo descubriese y sacase; los indios (...) recibiendo á nuestro obispo y á los que con él iban, de paz, y sabiendo á lo que venian, los descuidaron, y descuidados dan en ellos, matándolos y cómenselos; por esto son afrentados de los indios comarcanos, llamándoles perros Lampuna, come obispo” (ibid.).

Rencillas e injurias entre naturales
“(...) cuando en este rio se encuentran estos indios con los Chonos, se afrentan los unos a los otros; los Chonos dícenles: ¡ah! perro Lampuna, come obispo! Los Lampunas: ¡ah! Perro Chono, cocotarro! Notándolos del vicio nefando; esto vi y oí” (1999:45).

Excelentes “plateros de oro”
Ajeno a esquematizaciones sesgadas y prejuiciosas, fray Lizárraga va recogiendo lo que ve, con esa imparcialidad que le reconoce la crítica historiográfica. Con desembarazo afirma la superioridad del orfebre indígena sobre el europeo:
“Hay en esta isla (de Lampuna) plateros de oro que labran una chaquira de oro (n.: adorno de cuentas ensartadas), así la llamamos acá, tan delicada, que los más famosos artífices nuestros, ni los de otras naciones la saben, ni se atreven á labrar; destas usaban las mujeres principales collares para sus gargantas; llevóse a España, donde era en mucho tenida” (ibid.).
Así eran también los “plateros de oro” del rio de Tumbez -en cuyo puerto había “mucha mar de tumbo y olas unas tras otras que cotidianamente quiebran en su boca”. Su chaquira era tan delicada como la de los Lampunas “y aun más”.
La calidad de su orfebrería nos muestra aspectos de arte y delicadeza en pueblos indígenas.

Se consumen por las borracheras
“Fueron no pocos, agora cuasi no hay algunos; hanse consumido y se van consumiendo; la causa, las borracheras” (1999: 46).
En nuestro trabajo anterior nos explayamos sobre este tema. Los indios estaban acostumbrados a ser gobernados con mano muy dura por los Incas. Cuando esta faltó, abusaron de su libertad en dimensiones fatales, de acuerdo a nuestro cronista.

AMAZONAS “CAPULLANAS”
De Tumbes al sur se encontraba el pueblo de Motape. “Quien antiguamente gobernaba en esta provincia, que por pocas leguas se extiende, eran las mujeres”.
Eran llamadas “capullanas, por el vestido que traen y traian á manera de capuces, con que se cubren desde la garganta a los pies”.
“Estas capullanas, que eran las señoras, en su infidelidad (n.: en los tiempos paganos) se casaban las veces que querian, porque en no contentándolas el marido, le desechaban y casábanse con otro. El dia de la boda, el marido escogido se asentaba junto á la señora y se hacia una gran fiesta de borrachera; el desechado se hallaba allí, pero arrinconado, sentado en el suelo, llorando su desventura, sin que nadie le diese una sed de agua. Los novios, con gran alegria, haciendo burla del pobre” (1999: 47).

EL SEÑOR INDIO DEL VALLE DE XAYANCA
Siguiendo el recorrido al sur, encontramos el alegre Valle de Xayanca, “muy fértil y de muchos indios”. En él se destacaba “el señor dél (n.: de ese valle), indio muy aespañolado; vístese como nosotros, sírvese de españoles, con su vajilla de plata; es rico y de buenas costumbres” (1999: 49).
Vemos la variedad de situaciones, las diferencias de costumbres y casos en que señores aborígenes tenían españoles a su servicio.

ARENALES, RIQUEZA GANADERA, CAMINO REAL, DUREZA
Entre Paita y Copiapó se extienden los Llanos, donde se criaba “mucha yerba y flores olorosas, las cuales son admirable pasto para el ganado vacuno y yeguas”.
Pero tenía un contrapeso para que “no falte á cada cosa su alguacil”. El viento levantaba remolinos de arena capaces de “caer sobre el pobre viandante y quedarse allí enterrado (...)”.
A pesar de ello había abundancia de árboles frutales “como son guayabas, paltas, plátanos, melones, ciruelas de la tierra y otras fructas, mucho algarrobal” con que “engordan los ganados abundantísimamente, haciendo la carne muy sabrosa” (1999: 50).
La colonización española complementó esas tierras pródigas con caballos, vacunos, vehículos y herramientas, mejorando inmensamente la alimentación, la labranza, la producción agro-artesanal, el transporte y el comercio.
“El rey desta tierra, á quien comúnmente llamamos el Inga, para que en estos arenales no se perdiesen los caminantes y se atinase con el camino, tenia puestas de trecho á trecho unas vigas grandes hincadas muy adentro en el arena, por las cuales se gobernaban los pasajeros. Ya esto se ha perdido por el descuido de los corregidores de los distritos, por lo cual es necesaria guia.
“Entrando en el valle (...) iba el camino Real entre dos paredes á manera de tapias de barro mampuesto (...) porque los caminantes no entrasen á hacer daño á las sementeras, ni cogiesen una mazorca de maiz ni una guayaba, so pena de la vida, que luego se ejecutaba” (1999: 51).
Estas referencias contienen una crítica a los corregidores españoles y un elogio a la buena administración del “Inga”. También ilustran la tremenda dureza de los castigos, acorde al estilo del incario.
Las costumbres cristianas suavizaron las cosas y los naturales gozaron de una libertad desconocida, que fue beneficiosa y legítima, aunque dio pie para abusos.