LUCES DORADAS del TUCUMAN

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Nombre: El Alférez
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sábado, marzo 28, 2009

El Mayorazgo de San Sebastián o de los Brizuela y Doria - (Entorno familiar y político de Isora Ocampo Dávila, 2ª nota)

Aguila imperial del escudo de armas de la Familia Doria

El cerro Famatina - al pie de sus cumbres nevadas nació Isora Ocampo Dávila, en el Puesto "La Pampa" de su abuelo, Ramón Brizuela y Doria

[Ella nació y se formó en el seno del Mayorazgo...]
Esta institución tenía raíces medievales europeas; los conquistadores españoles la trasladaron a América ([1]). En ambas familias de Isora existió. Los Ortíz de Ocampo heredaron el Mayorazgo de Totos, en Córdoba, fundado por Juan Gregorio Bazán de Pedraza en 1714, hasta la segunda mitad del siglo XIX.
El de Sañogasta fue fundado en 1663 por disposición testamentaria del General Pedro Nicolás de Brizuela –original de Castilla la Vieja-, y su mujer doña Mariana Doria, hija de españoles nacida en La Rioja; tuvo vigencia desde 1674 -cuando murió don Pedro Nicolás- hasta 1917.
Los fundadores establecían normas puntuales, de cuyo cumplimiento en gran parte dependía su perduración. Fue el caso de este Vinculado, que resistió a pie firme los avatares de las nuevas ideas de la Revolución Francesa, la Asamblea del año XIII, la abolición de títulos de nobleza, hasta la segunda década del siglo XX.
Una de las normas a cumplir era que el Vínculo o Señor debía apellidarse “Brizuela y Doria” sin agregar ni quitar ninguno, so pena de perder la titularidad. Por eso es que doña Solana, hija única de José Ramón, apellidaba Dávila, pero al morir su padre y hacerse cargo del Vínculo adoptó el “Brizuela y Doria”. Todos sus hijos firmaron Ocampo como don Amaranto, pero el mayor, al fallecer su madre cumplió la norma “sine qua non” (
[2]).
El titular administraba, organizaba, disponía y velaba por la mantención y mejoramiento de la estancia de San Sebastián, sede del Vinculado, y del resto del patrimonio; daba cobijo, protección y trabajo a toda la familia, y contribuía al progreso regional. No debía enajenar ni dividir la propiedad vinculada, en cambio sí acrecentarla.
La situación daba prestigio y amplio campo de acción en la política provincial.

[1] “Nobleza y élites tradicionales análogas, Revolución y Contra-revolución en las tres Américas”, Apéndice hispanoamericano de “Nobleza y élites tradicionales análogas en las alocuciones de Pío XII al Patriciado y la Nobleza romana” de Plinio Corrêa de Oliveira, Ed. Fernando III, el Santo, Madrid, 1995.
[2] Elena Brizuela y Doria de Mesquita, “Los Brizuela y Doria y el testamento fundacional”, Tucumán, 2004, Congreso Nac. de Genealogía.

sábado, marzo 14, 2009

Entorno familiar y político de Isora Ocampo Dávila, la Sierva de Dios riojana

Iglesia de San Sebastián de Sañogasta, erigida por la familia de Isora, que integraba el Mayorazgo de San Sebastián. Se crió en casa de su abuelo, Ramón Brizuela y Doria, Señor de San Sebastián de Sañogasta, figura prominente del cabildo de la Ciudad de Todos los Santos, gobernador de La Rioja, autor de la autonomía riojana con respecto a Córdoba, impuesta por la absolutista Ordenanza de Intendentes borbónica. Este patriarcal señor fue criminalmente fusilado por el ex fraile Aldao, lo que provocó la alegría de Juan Manuel de Rosas.
Aquí amaneció Isora a la luz de la Fe, aquí practicaba sus devociones, enriqueció esta Iglesia con el via crucis que actualmente se venera allí.
Iniciamos hoy la publicación de estas notas sobre el ambiente familiar y político de una candidata a los altares oriunda de Sañogasta, La Rioja, en la región del Tucumán. El caso reviste un doble interés: conocer esta alma privilegiada, y acercarnos a través de sus memorias y otros elementos a un período histórico crucial de nuestra historia, que hasta ahora pocos parecen haber interpretado debidamente.

Según el esquema de ciertos autores que parecen sentirse dueños de la tradición y el federalismo, existía un polo federal, identificado mal que bien con la tradición hispánica y católica, liderado por Rosas; y otro unitario y liberal, al que se habrían volcado muchas familias de la aristocracia argentina, entre ellas la de Isora.

Como veremos en estas notas, ese esquema peca de simplismo y conduce al error. Pues es innegable que Rosas, a pesar de haber capitaneado a un sector tradicional, fue un centralista de primer orden que persiguió a las cabezas de las familias patriarcales del interior, que no se dejaban someter.

He ahí una clave fundamental de nuestra historia.

Para justificar esa cruenta persecución anti-aristocrática, que recuerda la Revolución Francesa, muchos populistas encubiertos o declarados aplican a esas familias el estigma de "liberales". Como veremos en el caso de Isora, y en el de muchas familias señoriales que hicieron patria, eran baluartes de la tradición católica, de las que nacieron almas que dejaron -como en este caso- "un recuerdo imborrable de santidad", precioso aporte para una Argentina católica y tradicional.

El Alférez


Elena B. Brizuela y Doria de Mesquita
Sañogasta, octubre de 2008

“Me dio a luz mi madre doña Solana Dávila de Ocampo el día 15 de agosto a las tres de la tarde el año 41 tiempo de muchas guerras; y mi casa como fue muy poderosa y rica por lo que era muy perseguida, y estando mi madre encinta de mí, sufrió muy grandes trabajos, un ejército..... llevaron presos a mi padre don Amaranto Ocampo y al padre de mi madre don Ramón Dávila y Doria por el Vinculado, y dos niños, y mi madre tenía por casa una cueva en un lugar desierto con el resto de la familia, y otra parte del ejército tenían la casa y vienes por de ellos, en esta crítica circunstancia a cada hora creían que mi madre moría...” (
[1]).

Así comienza el interesante relato que hace Isora Ocampo Dávila en las “Memorias” que escribió a instancias de su confesor, quien le mandó dejar un testimonio para la posteridad, de todo lo sobrenatural que ocurrió en su vida; el sacerdote supo ver en ella las virtudes heroicas que templaban su alma escogida.
El contexto descripto es ideal para desmenuzar el momento político y el ámbito familiar en el que vivió esta Sierva de Dios riojana.
El Cerro Famatina está a más de seis mil metros; allí, en el llamado “Campo de Cosme”, encontramos el puesto “La Pampa”; Francisca Solana Dávila de Ocampo, “tenía por casa una cueva...”, donde dio a luz a esta niña en el día de la Asunción de la Virgen al Cielo, por eso la llamaron Isora María del Tránsito. Desde muy chicos oímos decir a los mayores, incluso a ancianos que habían servido en la casa y en el puesto, que “en La Pampa había nacido una niñita de la familia”; coinciden los relatos de la tradición oral con lo escrito en las “Memorias”.

En el cerro el paisaje era paradisíaco; el ambiente armonizaba perfectamente con el espíritu de esta niña, dada a la soledad y al silencio, a la pureza y a los esplendores del amor de Dios.
Allí solo habitaban el cóndor majestuoso, unos pocos pájaros menores, algún que otro puma que husmeaba los terneros, y animales de cría. Se amontonaba en las quebradas la nieve blanquísima, amalgamándose con el azul de la inmensidad: los colores de la Virgen, a quien esta niña tanto amó. Alrededor se veía una planicie cubierta de pastos, secos por el hielo del invierno, que parecían dorados bajo los rayos del sol, y se movían con el viento suave propio de las alturas. En los corrales de piedra encerraban las vacas en época de pariciones, se controlaba la hacienda y se lechaba para los quesos del año.
Entre la planicie y los corrales, enormes rocas erosionadas atesoraban la cueva que tuvieron por casa.
Todo este ambiente nos recuerda la cuarta vía del esclarecido Dominico Santo Tomás, para demostrar la existencia del Creador como causa ejemplar de la belleza de los seres creados…
Estos campos pertenecían al Mayorazgo de San Sebastián de Sañogasta, cuyo “Vínculo” o “Señor” era entonces Don José Ramón de Brizuela y Doria, el abuelo que Isora menciona. Dista unas diez horas de cabalgadura desde la casa de Don Ramón en Sañogasta, que fue la casa de Isora. Ella nació y se formó en el seno del Mayorazgo.
[1] Sor Leonor de Santa María Ocampo, “Memorias”, Monasterio de Sta. Catalina, Córdoba, 1997.